El caminante
de los pies gigantes
Había
una vez un señor muy alto, que tenía los pies tan grandes, que con un solo paso
avanzaba como si hubiera dado tres.
El
señor estaba orgulloso de sus pies, porque gracias a ellos podía hacer lo que
más le gustaba: viajar.
Así,
recorría con gusto los caminos. Su única propiedad era una bolsa donde guardaba
un recuerdo de cada lugar que visitaba.
Un
día se encontró a un pastor; luego de platicar un rato, éste le presumió:
–Fíjate
que allá en mi tierra, viven unos peces que vuelan; y tú ¿de dónde eres?
El
señor se quedó callado. No recordaba de dónde era, por eso respondió:
–No
sé. Hace tanto tiempo que viajo, que ya lo olvidé.
–Si
quieres te llevo con alguien que te puede ayudar –dijo el pastor.
Entonces
fueron a ver a un gran sabio que vivía en una cueva.
Allí,
el sabio dijo:
–Busca
unas piedras que tienen huellas de pies como los tuyos; aunque escuches ruidos
extraños, no temas, allá conocerás tu origen.
A
partir de ese día, el señor caminó más rápido aún, pues deseaba encontrar las
piedras. Fue al mar, a los cerros y al bosque, pero las piedras no aparecían.
Así
lo hizo, pero su viaje era cada vez más largo. Ya le dolían los pies y miraba
sin interés lo que había a su alrededor.
Una
tarde oscureció temprano y el señor no pudo continuar su viaje. De pronto, oyó
unas voces en el viento. Asustado, puso una mano sobre su oído y se durmió.
En
su sueño, vio dos gigantes parecidos a él, aunque más altos y con pies enormes.
–Ha
terminado tu búsqueda –le dijo uno de ellos.
El
otro gigante continuó:
–Un
día, a nuestro pueblo lo destruyó el egoísmo. Tú eres el último gigante, ahora
que lo sabes, sigue tu viaje y haz el bien.
En
eso, el señor despertó. Frente a él, estaban las piedras que tanto buscó. Eran
muy grandes y tenían las huellas de sus antepasados.
Luego
de un rato, recogió una piedrita y la guardó en la bolsa de su pantalón.
Era
tiempo de seguir su camino, ya sabía dónde había nacido.