Los viajeros y
el oso (fabula)
Dos
jóvenes amigos cruzaban el bosque por una senda solitaria cuando de pronto
oyeron el ruido de pasos entre la maleza. Comprendieron que una bestia se
acercaba, y uno de ellos se apresuró a trepar a un árbol mientras susurraba
alarmado:
–¡Ay,
Dios mío, qué tal que es un oso!
Apenas
había alcanzado la primera rama cuando un enorme oso café salió de entre los
arbustos. El muchacho que se había subido al árbol se agarraba al tronco con
brazos y piernas, y ni siquiera le tendió la mano a su compañero para ayudarle
a subir. El joven se quedó abajo decidido a tirarse al suelo y fingir que
estaba muerto, pues había oído decir que los osos nunca se alimentaban de
cadáveres.
El
engaño dio resultado, pues el oso se agachó junto al muchacho que se hacía el
muerto, le olisqueó la cara y le revolvió con el hocico; y, sin hacerle ningún
daño, se marchó por donde había venido, para sorpresa de los dos amigos.
Entonces
el joven que había trepado al árbol corrió a abrazar a su compañero y le dijo
maravillado:
–¡Qué
suerte tuviste: el oso no te hizo nada! Pero me pareció que te decía algo al
oído...
–Así
es –respondió el otro–: me aconsejó que la próxima vez que salga de viaje elija
mejor a mi compañero.
Y
tus amigos, ¿qué tal son? Si estuvieras en peligro, ¿tratarían de ayudarte o te
abandonarían a tu suerte?.