Nadie
anhela padecer el dolor.
Pero
el dolor es una realidad
que
hemos de aprovechar cuando llega.
Domestica
tu dolor,
es
decir, somételo a tu control.
Deja
abierta en tu alma,
la
entrada de la esperanza
de
que toda experiencia dolorosa,
como
llegó, va a pasar.
Además de esto, siente la angustia,
pero
no la alimentes enfermizamente.
El
dolor es juego que quema
y ,
por lo mismo, podemos convertirlo
en
crisol que nos purifica.
Acepta
el dolor, uniéndolo al de Cristo,
para
que temples tu carácter y adquieras
la
virtud de una inquebrantable fortaleza.
Vivir es un privilegio.
La vida humana debe ser una
fiesta.