(CUENTO)
Allá
a lo lejos, en una choza próxima al bosque vivía un leñador con su esposa y sus
dos hijos: Hansel y Gretel. El hombre era muy pobre. Tanto, que aún en las
épocas en que ganaba más dinero apenas si alcanzaba para comer. Pero un buen
día no les quedó ni una moneda para comprar comida ni un poquito de harina para
hacer pan. "Nuestros hijos morirán de hambre", se lamentó el pobre
esa noche. "Solo hay un remedio -dijo la mamá llorando-. Tenemos que
dejarlos en el bosque, cerca del palacio del rey. Alguna persona de la corte
los recogerá y cuidará". Hansel y Gretel, que no se habían podido dormir
de hambre, oyeron la conversación. Gretel se echó a llorar, pero Hansel la
consoló así: "No temas. Tengo un plan para encontrar el camino de regreso.
Prefiero pasar hambre aquí a vivir con lujos entre desconocidos". Al día
siguiente la mamá los despertó temprano. "Tenemos que ir al bosque a buscar
frutas y huevos -les dijo-; de lo contrario, no tendremos que comer".
Hansel, que había encontrado un trozo de pan duro en un rincón, se quedó un
poco atrás para ir sembrando trocitos por el camino.
Cuando
llegaron a un claro próximo al palacio, la mamá les pidió a los niños que
descansaran mientras ella y su esposo buscaban algo para comer. Los muchachitos
no tardaron en quedarse dormidos, pues habían madrugado y caminado mucho, y
aprovechando eso, sus padres los dejaron. Los pobres niños estaban tan cansados
y débiles que durmieron sin parar hasta el día siguiente, mientras los ángeles
de la guarda velaban su sueño. Al despertar, lo primero que hizo Hansel fue
buscar los trozos de pan para recorrer el camino de regreso; pero no pudo
encontrar ni uno: los pájaros se los habían comido. Tanto buscar y buscar se
fueron alejando del claro, y por fin comprendieron que estaban perdidos del
todo. Anduvieron y anduvieron hasta que llegaron a otro claro. ¿A que no sabéis
que vieron allí? Pues una casita toda hecha de galletitas y caramelos. Los
pobres chicos, que estaban muertos de hambre, corrieron a arrancar trozos de
cerca y de persianas, pero en ese momento apareció una anciana.
Con
una sonrisa muy amable los invitó a pasar y les ofreció una espléndida comida.
Hansel y Gretel comieron hasta hartarse. Luego la viejecita les preparó la cama
y los arropó cariñosamente. Pero esa anciana que parecía tan buena era una
bruja que quería hacerlos trabajar. Gretel tenía que cocinar y hacer toda la
limpieza. Para Hansel la bruja tenía otros planes: ¡quería que tirara de su
carro! Pero el niño estaba demasiado flaco y debilucho para semejante tarea,
así que decidió encerrarlo en una jaula hasta que engordara. ¡Gretel no podía
escapar y dejar a su hermanito encerrado!
Entretanto,
el niño recibía tanta comida que, aunque había pasado siempre mucha hambre, no
podía terminar todo lo que le llevaba. Como la bruja no veía más allá de su
nariz, cuando se acercaba a la jaula de Hansel le pedía que sacara un dedo para
saber si estaba engordando. Hansel ya se había dado cuenta de que la mujer
estaba casi ciega, así que todos los días le extendía un huesito de pollo.
"Todavía estás muy flaco -decía entonces la vieja-. ¡Esperaré unos días
más!". Por fin, cansada de aguardar a que Hansel engordara, decidió atarlo
al carro de cualquier manera. Los niños comprendieron que había llegado el
momento de escapar. Como era día de amasar pan, la bruja había ordenado a
Gretel que calentara bien el horno. Pero la niña había oído en su casa que las
brujas se convierten en polvo cuando aspiran humo de tilo, de modo que preparó
un gran fuego con esa madera. "Yo nunca he calentado un horno -dijo
entonces a la bruja-. ¿Por que no miras el fuego y me dices si está
bien?". "¡Sal de ahí, pedazo de tonta! -chilló la mujer-. ¡Yo misma
lo vigilaré!". Y abrió la puerta de hierro para mirar. En ese instante
salió una bocanada de humo y la bruja se deshizo. Solo quedaron un puñado de
polvo y un manojo de llaves. Gretel recogió las llaves y corrió a liberar a su
hermanito. Antes de huir de la casa, los dos niños buscaron comida para el
viaje. Pero, cual sería su sorpresa cuando encontraron montones de cofres con
oro y piedras preciosas! Recogieron todo lo que pudieron y huyeron rápidamente.
Tras
mucho andar llegaron a un enorme lago y se sentaron tristes junto al agua,
mirando la otra orilla. ¡Estaba tan lejos! “¿Queréis que os cruce?”, preguntó
de pronto una voz entre los juncos. Era un enorme cisne blanco, que en un
santiamén los dejó en la otra orilla. ¿Y adivinen quien estaba cortando leña
justamente en ese lugar? ¡El papá de los chicos! Sí, el papá que lloró de
alegría al verlos sanos y salvos. Después de los abrazos y los besos, Hansel y
Gretel le mostraron las riquezas que traían, y tras agradecer al cisne su
oportuna ayuda, corrieron todos a reunirse con la mamá.
FIN