CUENTO
En
una hermosa mañana de verano, los huevos que habían empollado la mamá Pata
empezaban a romperse, uno a uno. Los patitos fueron saliendo poquito a poco,
llenando de felicidad a los papás y a sus amigos. Estaban tan contentos que
casi no se dieron cuenta de que un huevo, el más grande de todos, aún
permanecía intacto.
Todos,
incluso los patitos recién nacidos, concentraron su atención en el huevo, a ver
cuando se rompería. Al cabo de algunos minutos, el huevo empezó a moverse, y
luego se pudo ver el pico, luego el cuerpo, y las patas del sonriente pato. Era
el más grande, y para sorpresa de todos, muy distinto de los demás. Y como era
diferente, todos empezaron a llamarle el Patito Feo.
La
mamá Pata, avergonzada por haber tenido un patito tan feo, le apartó con el ala
mientras daba atención a los otros patitos. El patito feo empezó a darse cuenta
de que allí no le querían. Y a medida que crecía, se quedaba aún mas feo, y tenía
que soportar las burlas de todos.
Entonces,
en la mañana siguiente, muy temprano, el patito decidió irse de la granja.
Triste y solo, el patito siguió un camino por el bosque hasta llegar a otra
granja. Allí, una vieja granjera le recogió, le dio de comer y beber, y el
patito creyó que había encontrado a alguien que le quería. Pero, al cabo de
algunos días, él se dio cuenta de que la vieja era mala y sólo quería
engordarle para transformarlo en un segundo plato.
El
patito salió corriendo como pudo de allí. El invierno había llegado, y con él,
el frío, el hambre y la persecución de los cazadores para el patito feo. Lo
pasó muy mal. Pero sobrevivió hasta la llegada de la primavera. Los días
pasaron a ser más calurosos y llenos de colores. Y el patito empezó a animarse
otra vez.
Un
día, al pasar por un estanque, vio las aves más hermosas que jamás había visto.
Eran elegantes, delicadas, y se movían como verdaderas bailarinas, por el agua.
El patito, aún acomplejado por la figura y la torpeza que tenía, se acercó a
una de ellas y le preguntó si podía bañarse también en el estanque. Y uno de
los cisnes le contestó:
-
Pues, ¡claro que sí! Eres uno de los nuestros.
Y le
dijo el patito:
-
¿Cómo que soy uno de los vuestros? Yo soy feo y torpe, todo lo contrario de
vosotros.
Y
ellos le dijeron:
-
Entonces, mira tu reflejo en el agua del estanque y verás cómo no te engañamos.
El
patito se miró y lo que vio le dejó sin habla. ¡Había crecido y se transformado
en un precioso cisne! Y en este momento, él supo que jamás había sido feo. Él
no era un pato sino un cisne. Y así, el nuevo cisne se unió a los demás y vivió
feliz para siempre.
FIN