Había
una vez Un molinero tenía tres hijos, que estaban enamorados de la misma joven.
Llamase ésta Margarita, y era hija de un rico labrador y la muchacha más
hermosa de toda la comarca. Pero un viejo, avaro, de gran fortuna, que vivía en
su pueblo, empezó a cortejarla; y el padre, favoreciendo sus galanteos, cerró
la puerta a los hijos del molinero.
Al
fin, Ricardo, el mayor de ellos, determinó declararse a Margarita antes de que
el avaro hubiera conquistado su amor. Caminando un día hacia su granja,
encontró a la tía Crispina, que era una vieja flaca y macilenta, tenida por
bruja.
-Buenos
días, hijo mío -le dijo la tía Crispina-. ¿Adónde vas tan de mañana?
Ricardo,
sin contestar, apretó el paso. Al llegar a la granja expuso sin preámbulos su
proposición matrimonial a la joven; más no consiguió de ella otra cosa que una
risa burlona.
Rolando,
el segundo hijo, probó entonces su suerte. Al igual que su hermano encontró a
la vieja, y pasó sin contestarle, pero regresó a casa muy abatido. Roberto, el
más joven, se encaminó a la granja desesperanzada, pues aunque era muchacho
vigoroso, inteligente y afable, tenía una nariz exagerada, y sabía
perfectamente que tal defecto lo hacía ridículo. Cuando la tía Crispina le
preguntó a donde iba, contestó:
-A
un asunto difícil, abuela. Voy a ver a Margarita y pedirle su mano.
-Está
seguro de ella -repuso la vieja-. Mira este anillo. Póntelo en el dedo y di:
«Encógete».
Hízolo
así Roberto y su nariz disminuyó de tres dedos, quedando de esta manera su
rostro hermoseado-
-Escucha
ahora -prosiguió la tía Crispina-; si Margarita rehúsa acceder a tu demanda,
dale el anillo para que se lo ponga. Entonces, cada vez que digas «¡crece!», la
hermosa nariz de la joven se alargará dos o tres dedos; esto la afeará
enormemente y sentirá gran placer en casarse contigo. Luego, con sólo decir
«Encógete», su nariz se acortará, y recobrará su hermosura.
Corrió
Roberto a la granja, y como Margarita estaba ausente, el mozo cansado se sentó
en una silla y cerró los ojos. En aquel mismo momento entró el avaro; y viendo
en la mano del joven un anillo, exclamó:
-¡Un
anillo de moda! Me lo guardaré para mí.
Dicho
esto se lo quitó del dedo a Roberto y se lo puso él. Pero Roberto, que estaba
despierto, empezó a decir en voz baja: «¡Crece, crece!» y la nariz del avaro
empezó a alargarse cada vez más.
-Una
avispa me ha picado -exclamó el avaro corriendo en busca del médico-. Mi nariz
se hincha terriblemente.
Por
fortuna Roberto no tuvo necesidad de su anillo, pues Margarita quedó admirada
al verle tan guapo; y como ya le tenía afecto por la mucha afabilidad de que
estaba dotado, se enamoró tiernamente de él y le dio su palabra de casamiento
en cuanto hubiese adquirido una hacienda.
-Devuélveme
el anillo y te curaré por mil libras -dijo Roberto al avaro.
Tras
mucho dudar accedió el avaro, y Roberto y Margarita se casaron, compraron una
gran hacienda y vivieron muy felices.
Fin