Había
una vez un Emperador al que tanto importaban sus vestidos, que encargó un traje
nuevo a dos bribones que prometieron hacerle un traje con una tela tan especial
que solo podrían ver quienes no fueran tontos o indignos de su cargo. Pero solo
acumulaban el oro y los ricos materiales que recibían, mientras hacían como que
tejían. Cuando los asesores del Emperador fueron a ver a los sastres tuvieron
miedo de ser tomados por tontos, y regresaron alabando grandemente el traje. Lo
mismo ocurrió con cuantos los visitaron, y con el propio Emperador, quien,
cuando el traje estuvo listo, no dudó en quitarse sus ropas. Y fue al desfile
vestido con sus invisibles telas, que también eran alabadas por todo el pueblo.
Hasta que un niño gritó entre risas "El emperador está desnudo" y
todos, incluido el Emperador, se dieron cuenta del engaño y del ridículo que
habían hecho.