Todas
las tardes los niños solían ir a jugar al precioso jardín del gigante. “¡Somos
muy felices!”, se decían. Pero una tarde el gigante regresó, luego de vivir
durante siete años con su amigo el ogro Cornualles. Y vio a muchos niños
jugando en su jardín: “¡¿Qué hacen aquí?!“-les gritó y los niños huyeron.
“¡Este jardín es mío!”. Construyó un muro con un cartel que prohibía el paso y
los niños ya no tuvieron donde jugar.
Llegó
la primavera, y sólo en el jardín del gigante seguía el frío. Desde que
faltaban niños, los pájaros dejaron de cantar y los árboles dejaron de
florecer. Los únicos felices eran la Nieve, la Escarcha, los Vientos y el Granizo.
“¿Por qué tarda tanto en llegar la primavera?”, decía el gigante muy triste y
solo. Una mañana de sol, el gigante vio algo raro. Los niños habían entrado al
jardín y se subieron a los árboles; pero al otro lado proseguía el frío y un
niño que no llegaba a un árbol lloraba amargamente. El árbol cedió, pero el
niño era muy chiquito y el gigante se quebró al verlo. “¡Qué egoísta soy!
-pensó-. Tiraré el muro y mi jardín volverá a ser de los niños” Salió al
jardín, pero los niños se asustaron tanto que huyeron. El chiquitín no lo hizo
porque las, lágrimas lo cegaban. Y el gigante lo subió al árbol y el niño
tendió sus bracitos, lo rodeó y lo besó tiernamente. Al ver que el gigante no
era malo, volvieron los niños con la primavera, y se abrió el jardín para todos.
“¿y el niño que lloraba?”, preguntó el gigante. “No sabemos su nombre ni el
lugar donde vive”. Por las tardes los niños iban a jugar con el gigante, pero
el chiquitín no volvió más y él suspiraba triste. Pasó el tiempo y el gigante
envejeció. Dejó de jugar, pero solía cuidarlos. Una fría mañana miró por la
ventana y se frotó los ojos. Debajo de un árbol con flores blancas, ramas de
oro y frutos de plata, estaba el niño que amó tanto.
El
gigante corrió lleno de alegría y cuando estuvo a su lado, gritó: “¡¿Quién se
atrevió a herirte? Dímelo para que pueda matarle!” “No -dijo el niño, porque
son las heridas del amor”. “¿Quién eres tú?”, dijo el gigante; un extraño temor
le invadió y se arrodilló ante el niño. Y el niño le sonrió diciéndole: “Tú me
dejaste una vez jugar en tu jardín; hoy vendrás conmigo a mi jardín, que es el
Paraíso”. Y cuando por la tarde llegaron alegres los niños, encontraron al
gigante muerto debajo del árbol, con una tenue sonrisa y enteramente cubierto
de flores blancas.
Fin