¡Cuídate, España, de tu propia España!
¡Cuídate,
España, de tu propia España!
¡Cuídate
de la hoz sin el martillo,
Cuídate
del martillo sin la hoz!
¡Cuídate
de la víctima a pesar suyo,
Del
verdugo a pesar suyo
Y
del indiferente a pesar suyo!
¡Cuídate
del que, antes de que cante el gallo,
Negárate
tres veces,
Y
del que te negó, después, tres veces!
¡Cuídate
de las calaveras sin las tibias,
Y de
las tibias sin las calaveras!
¡Cuídate
de los nuevos poderosos!
¡Cuídate
del que come tus cadáveres,
Del
que devora muertos a tus vivos!
¡Cuídate
del leal ciento por ciento!
¡Cuídate
del cielo más acá del aire
Y
cuídate del aire más allá del cielo!
¡Cuídate
de los que te aman!
¡Cuídate
de tus héroes!
¡Cuídate
de tus muertos!
¡Cuídate
de la república!
¡Cuídate
del futuro!
Epístola a los transeúntes
Reanudo
mi día de conejo
Mi
noche de elefante en
Descanso.
Y,
entre mí, digo:
Esta
es mi inmensidad en
Bruto,
a cántaros
Este
es mi grato peso,
Que
me buscará abajo para
Pájaro
Este
es mi brazo
Que
por su cuenta rehusó ser ala,
Estas
son mis sagradas escrituras,
Estos
mis alarmados campeñones.
Lúgubre
isla me alumbrará continental,
Mientras
el capitolio se apoye en mi íntimo
Derrumbe
Y la
asamblea en lanzas clausure mi desfile.
Pero
cuando yo muera
De
vida y no de tiempo,
Cuando
lleguen a dos mis dos maletas,
Este
ha de ser mi estómago en que cupo mi
Lámpara
en pedazos,
Esta
aquella cabeza que expió los tormentos del
Círculo
en mis pasos,
Estos
esos gusanos que el corazón contó por
Unidades,
Este
ha de ser mi cuerpo solidario
Por
el que vela el alma individual;
Este
ha de ser mi ombligo en que maté mis piojos natos,
Esta
mi cosa cosa, mi cosa tremebunda.
En
tanto, convulsiva, ásperamente
Convalece
mi freno,
Sufriendo
como sufro del lenguaje directo
Del
león;
Y,
puesto que he existido entre dos potestades
De
ladrillo,
Convalezco
yo mismo, sonriendo de mis labios.
España, aparta de mí este cáliz
Niños
del mundo,
Si
cae España -digo, es un decir-
Si
cae
Del
cielo abajo su antebrazo que asen,
En
cabestro, dos láminas terrestres;
Niños,
¡qué edad la de las sienes cóncavas!
¡Qué
temprano en el sol lo que os decía!
¡Qué
pronto en vuestro pecho el ruido anciano!
¡Qué
viejo vuestro 2 en el cuaderno!
¡Niños
del mundo, está
La
madre España con su vientre a cuestas;
Está
nuestra maestra con sus férulas,
Está
madre y maestra,
Cruz
y madera, porque os dio la altura,
Vértigo
y división y suma, niños;
Está
con ella, padres procesales!
Si
cae -digo, es un decir- si cae
España,
de la tierra para abajo,
Niños,
¡cómo vais a cesar de crecer!
¡Cómo
va a castigar el año al mes!
¡Cómo
van a quedarse en diez los dientes,
En
palote el diptongo, la medalla en llanto!
¡Cómo
va el corderillo a continuar
Atado
por la pata al gran tintero!
¡Cómo
vais a bajar las gradas del alfabeto
Hasta
la letra en que nació la pena!
Niños,
Hijos
de los guerreros, entretanto,
Bajad
la voz, que España está ahora mismo repartiendo
La
energía entre el reino animal,
Las florecillas,
los cometas y los hombres.
¡Bajad
la voz, que está
Con
su rigor, que es grande, sin saber
Qué
hacer, y está en su mano
La
calavera hablando y habla y habla,
La
calavera, aquella de la trenza,
La
calavera, aquella de la vida!
¡Bajad
la voz, os digo;
Bajad
la voz, el canto de las sílabas, el llanto
De
la materia y el rumor menor de las pirámides, y aún
El
de las sienes que andan con dos piedras!
¡Bajad
el aliento, y si
El
antebrazo baja,
Si
las férulas suenan, si es la noche,
Si
el cielo cabe en dos limbos terrestres,
Si
hay ruido en el sonido de las puertas,
Si
tardo,
Si
no veis a nadie, si os asustan
Los
lápices sin punta; si la madre
España
cae -digo, es un decir-
Salid,
niños del mundo, ¡id a buscarla!
Este piano viaja para adentro
Este
piano viaja para adentro,
Viaja
a saltos alegres.
Luego
medita en ferrado reposo,
Clavado
con diez horizontes.
Adelanta.
Arrástrase bajo túneles,
Más
allá, bajo túneles de dolor,
Bajo
vértebras que fligan naturalmente.
Otras
veces van sus trompas,
Lentas
ansias amarillas de vivir,
Van
de eclipse,
Y se
espulgan pesadillas insectiles,
Ya
muertas para el trueno, heraldo de los génesis.
Piano
oscuro, ¿a quién atisbas
Con
tu sordera que me oye,
Con
tu mudez que me asorda?
Oh,
pulso misterioso.
Hay un lugar
Hay
un lugar que yo me sé
En
este mundo nada menos,
A
donde nunca llegaremos.
Donde,
aún si nuestro pie
Llegase
a dar por un instante
Será,
en verdad, como no estarse.
Es
ese sitio que se ve
A
cada rato en esta vida,
Andando,
andando de uno en fila.
Más
acá de mí mismo y de
Mi
par de yemas, lo he entrevisto
Siempre
lejos de los destinos.
Ya
podéis iros a pie
O a
puro sentimiento en pelo,
Que
a él no arriban ni los sellos.
El
horizonte color té
Se
muere por colonizarle
Para
su gran cualquiera parte.
Mas
el lugar que yo me sé,
En
este mundo, nada menos,
Hombreado
va con los reversos.
-Cerrad
aquella puerta que
Está
entreabierta en las entrañas
De
ese espejo. -¿Está?- No; su hermana.
-No
se puede cerrar. No se
Puede
llegar nunca a aquel sitio
Do
van en rama los pestillos.
Tal
es el lugar que yo me sé.
Los nueve monstruos
Desgraciadamente,
El
dolor crece en el mundo a cada rato,
Crece
a treinta minutos por segundo, paso a paso,
Y la
naturaleza del dolor, es el dolor dos veces
Y la
condición del martirio, carnívora voraz,
Es
el dolor dos veces
Y la
función de la yerba purísima, el dolor
Dos
veces
Y el
bien de ser, dolernos doblemente.
Jamás,
hombres humanos,
Hubo
tanto dolor en el pecho, en la solapa, en la cartera,
En
el vaso, en la carnicería, en la aritmética
Jamás
tanto cariño doloroso,
Jamás
tan cerca arremetió lo lejos,
Jamás
el fuego nunca
Jugó
mejor su rol de frío muerto.
Jamás,
señor ministro de salud, fue la salud
Más
mortal
Y la
migraña extrajo tanta frente de la frente
Y el
mueble tuvo, en su cajón, dolor,
El
corazón, en su cajón, dolor,
La
lagartija, en su cajón, dolor.
Crece
la desdicha, hermanos hombres,
Más
pronto que la máquina, a diez máquinas, y crece
Con
la res de Rousseau, con nuestras barbas;
Crece
el mal por razones que ignoramos
Y es
una inundación con propios líquidos,
Con
propio barro y propia nube sólida
Invierte
el sufrimiento posiciones, da función
En
que el humor acuoso es vertical
Al
pavimento,
El
ojo es visto y esta oreja oída,
Y
esta oreja da nueve campanadas a la hora
Del
rayo, y nueve carcajadas
A la
hora del trigo, y nueve sones hembras
A la
hora del llanto, y nueve cánticos
A la
hora del hambre y nueve truenos
Y
nueve látigos, menos un grito.
El
dolor nos agarra, hermanos hombres,
Por
detrás de perfil,
Y
nos aloca en los cinemas,
Nos
clava en los gramófonos,
Nos
desclava en los lechos, cae perpendicularmente
A
nuestros boletos, a nuestras cartas;
Y es
muy grave sufrir, puede uno orar
Pues
de resultas
Del
dolor, hay algunos
Que
nacen, otros crecen, otros mueren,
Y
otros que nacen y no mueren, otros
Que
sin haber nacido mueren, y otros
Que
no nacen ni mueren (son los más)
Y
también de resultas
Del
sufrimiento, estoy triste
Hasta
la cabeza, y más triste hasta el tobillo,
De
ver al pan crucificado, al nabo
Ensangrentado,
Llorando
a la cebolla,
Al
cereal, en general, harina,
A la
sal hecha polvo, al agua huyendo,
Al
vino, un ecce-homo,
Tan
pálida a la nieve, al sol tan ardido.
¡Cómo,
hermanos humanos,
No
deciros que ya no puedo y
Ya
no puedo con tanto cajón,
Tanto
minuto, tanta
Lagartija
y tanta
Inversión,
tanto lejos y tanta sed de sed!
Señor
ministro de salud, ¿qué hacer?
¡Ah!,
desgraciadamente, hombres humanos,
Hay,
hermanos, muchísimo que hacer.
Madre, voy mañana a Santiago
Madre,
voy mañana a Santiago,
A
mojarme en tu bendición y en tu llanto.
Acomodando
estoy mis desengaños y el rosado
De
llaga de mis falsos trajines.
Me
esperará tu arco de asombro,
Las
tonsuradas columnas de tus ansias
Que
se acaban la vida. Me esperará el patio,
El
corredor de abajo con sus tondos y repulgos
De
fiesta. Me esperará mi sillón ayo,
Aquel
buen quijarudo trasto de dinástico
Cuero,
que para no más rezongando a las nalgas
Tataranietas,
la correa a correhuela.
Estoy
cribando mis cariños más puros.
Estoy
ojeando, no oyes jadear la sonda
No
oyes tascas dinas
Estoy
plasmando tu fórmula de amor
Para
todos los huesos de este suelo.
Oh,
si se dispusieran los tácidos volantes
Para
todas las cintas más distantes,
Para
todas las citas más distintas.
Así,
muerta inmortal. Así.
Bajo
los dobles arcos de tu sangre, por donde
Hay
que pasar tan de puntillas, que hasta mi padre
Para
ir por allí,
Humildóse
hasta menos de la mitad del hombre,
Hasta
ser el primer pequeño que tuviste.
Así,
muerta inmortal.
Entre
la columnata de tus huesos
Que
no puede caer ni a lloros,
Y a
cuyo lado ni el destino pudo entrometer
Ni
un solo dedo suyo.
Así,
muerta inmortal.
Así.
Masa
Al
fin de la batalla,
Y
muerto el combatiente, vino hacia él un hombre
Y le
dijo: "No mueras, te amo tanto"
Pero
el cadáver ¡ay!, siguió muriendo.
Se
le acercaron dos y repitiéronle:
"No
nos dejes! ¡Valor! ¡Vuelve a la vida!"
Pero
el cadáver ¡ay!, siguió muriendo.
Acudieron
a él veinte, cien, mil, quinientos mil,
Clamando:
"¡Tanto amor, y no poder nada contra la muerte!"
Pero
el cadáver ¡ay!, siguió muriendo.
Le
rodearon millones de individuos,
Con
un ruego común: "¡Quédate, hermano!"
Pero
el cadáver ¡ay!, siguió muriendo.
Entonces,
todos los hombres de la tierra
Le
rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado;
Incorporóse
lentamente,
Abrazó
al primer hombre; echóse a andar.
Me desvinculo del mar
Me
desvinculo del mar
Cuando
vienen las aguas a mí.
Salgamos
siempre. Saboreemos
La
canción estupenda, la canción dicha
Por
los labios inferiores del deseo.
Oh
prodigiosa doncellez.
Pasa
la brisa sin sal.
A lo
lejos husmeo los tuétanos
Oyendo
el tanteo profundo, a la caza
De
teclas de resaca.
Y si
así diéramos las narices
En
el absurdo,
Nos
cubriremos con el oro de no tener nada,
Y
empollaremos el ala aún no nacida
De
la noche, hermana
De
esta ala huérfana del día,
Que
a fuerza de ser una ya no es ala.
Murmurado en inquietud
Murmurado
en inquietud, cruzo,
El
traje largo de sentir, los lunes
De
la verdad.
Nadie
me busca ni me reconoce,
Y
hasta yo he olvidado
De
quién seré.
Cierta
guardarropía, sólo ella, nos sabrá
A
todos en las blancas hojas
De
las partidas.
Esa
guardarropía, ella sola,
Al
volver de cada facción,
De
cada candelabro
Ciego
de nacimiento.
Tampoco
yo descubro a nadie, bajo
Este
mantillo que iridice los lunes
De
la razón;
Y no
hago más que sonreír a cada púa
De
las verjas, en la loca búsqueda
Del
conocido.
Buena
guardarropía, ábreme
Tus
blancas hojas:
Quiero
reconocer siquiera al 1,
Quiero
el punto de apoyo, quiero
Saber
de estar siquiera.
En
los bastidores donde nos vestimos,
No
hay, no hay nadie: hojas tan solo
De
par en par.
Y
siempre los trajes descolgándose
Por
si propios, de perchas
Como
ductores índices grotescos,
Y
partiendo sin cuerpos, vacantes,
Hasta
el matiz prudente
De
un gran caldo de alas con causas
Y
lindes fritas.
¡Y
hasta el hueso!
Piedra negra sobre una piedra blanca
Me
moriré en París con aguacero,
Un
día del cual tengo ya el recuerdo.
Me
moriré en París -y no me corro-
Tal
vez un jueves, como es hoy de otoño.
Jueves
será, porque hoy, jueves que proso
Estos
versos, los húmeros me he puesto
A la
mala y,
Jamás
como hoy, me he vuelto,
Con
todo mi camino, a verme solo.
César
Vallejo ha muerto, le pegaban
Todos
sin que él les haga nada;
Le
daban duro con un palo y duro.
También
con una soga; son testigos
Los
días jueves y los huesos húmeros,
La
soledad, la lluvia, los caminos.
Se acabó el extraño
Se
acabó el extraño, con quien, tarde
La
noche, regresabas parla y parla.
Ya
no habrá quién me aguarde,
Dispuesto
mi lugar, bueno lo malo.
Se
acabó la calurosa tarde;
Tu
gran bahía y tu clamor; la charla
Con
tu madre acabada
Que
nos brindaba un té lleno de tarde.
Se
acabó todo al fin: las vacaciones,
Tu
obediencia de pechos, tu manera
De
pedirme que no me vaya fuera.
Y se
acabó el diminutivo, para
Mi
mayoría en el dolor sin fin,
Y
nuestro haber nacido así sin causa.