El estanque
¡El
verde estanque de la hacienda,
Rey
del jardín amable,
Está
en olvido
Miserable!
En
las lejanas, bellas horas
Eran
sus linfas cantadoras,
Eran
granates y auroras,
A
campánulas y jazmínes
Iban
insectos mandarines
Con
lamparillas purpuradas,
Insectos
cantarines
Con
las músicas coloreadas;
Mas,
del jardín, en la belleza
Mora
siempre arcana tristeza:
Como
la noche impenetrable,
Como
la ruina miserable.
Temblaba
Vésper en los cielos,
Gemían
búhos paralelos
Y,
de tarde, la enramada
Tenía
vieja luz dorada;
Era
la hora entristecida
Como
planta por nieve herida;
Como
el insecto agonizante
Sobre
hojas secas navegante.
Clara,
la niña bullidora,
Corrió
a bañarse en linfa mora,
Para
ir luego a la fiesta
De
la heredad vecina;
Ya a
su oído llegaba orquesta
De
violín, piano y ocarina.
Brilló
un momento, anaranjada,
Entre
la sombra perfumada,
Con
las primeras sensaciones
Del
sarao de orquestaciones.
¡Oh!,
en la linfa funesta y honda
Fue
a bañarse la virgen blonda;
De
los amores encendida,
La
mirada llena de vida...
¡El
verde estanque de la hacienda,
Rey
del jardín amable,
Hoy
es derrumbe
Miserable!
La muerta de marfil
Contemplé,
en la mañana,
La
tumba de una niña;
En
el sauce lloroso gemía tramontana,
Desolando
la amena, brilladora campiña.
Desde
el túmulo frío, de verdes oquedades,
Volaba
el pensamiento
Hacia
la núbil áurea, bella de otras edades,
Ceñida
de contento.
Al
ver oscuras flores,
Libélulas
moradas, junto a la losa abierta,
Pensé
en el jardín claro, en el jardín de amores,
De
la beldad despierta.
Como
sombría nube, al ver la tumba rara,
De
un fluvión mortecino en la arena y el hielo,
Pensé
en la rubia aurora de juventud que amara
La
niña, flor de cielo.
Por
el lloroso sauce, lilial música de ella,
Modula
el aura sola en el panteón de olvido.
Murió
canora y bella;
Y
están sus restos blancos como el marfil pulido.
La niña de la lámpara azul
En
el pasadizo nebuloso
Calcula
mágico sueño de Estambul,
Su
perfil presenta destelloso
La niña
de la lámpara azul.
Ágil
y risueña se insinúa,
Y su
llama seductora brilla,
Tiembla
en su cabello la garúa
De
la playa de la maravilla.
Con
voz infantil y melodiosa
El
fresco aroma de abedul,
Habla
de una vida milagrosa
La
niña de la lámpara azul.
Con
cálidos ojos de dulzura
Y
besos de amor matutino,
Me
ofrece la bella criatura
Un
mágico y celeste camino.
De
encantación en un derroche,
Hiende
leda, vaporoso tul;
Y me
guía a través de la noche
La
niña de la lámpara azul.
La pensativa
En
los jardines otoñales,
Bajo
palmeras virginales,
Miré
pasar muda y esquiva
La
pensativa.
La
vi en azul de la mañana,
Con
su mirada tan lejana;
Que
en el misterio se perdía
De
la borrosa celestía.
La
vi en rosados barandales
Donde
lucía sus briales;
Y su
faz bella vespertina
Era
un pesar en la neblina.
Luego
marchaba silenciosa
A la
penumbra candorosa;
Y un
triste orgullo la encendía,
¿Qué
pensaría?
¡Oh,
su semblante nacarado
Con
la inocencia y el pecado!
¡Oh,
sus miradas peregrinas
De
las llanuras mortecinas!
Era
beldad hechizadora;
Era
el dolor que nunca llora;
¿Sin
la virtud y la ironía
Qué
sentiría?
En
la serena madrugada,
La
vi volver apesarada,
Rumbo
al poniente, muda, esquiva,
¡La
pensativa!
La ronda de espadas
Por
las avenidas
De
miedo cercadas,
Brilla
en la noche de azules oscuros,
La
ronda de espadas.
Duermen
los postigos,
Las
viejas aldabas;
Y se
escuchan borrosas de canes
Las
músicas bravas.
Ya
los extramuros
Y
las arruinadas
Callejuelas,
vibrante ha pasado
La
ronda de espadas.
Y en
los cafetines
Que
el humo amortaja,
Al
sentirla el tahúr de la noche,
Cierra
la baraja.
Por
las avenidas
Morunas,
talladas,
Viene
lenta, sonora, creciente
La
ronda de espadas.
Tras
las celosías,
Esperan
las damas,
Paladines
que traigan de amores
Las
puntas de llamas.
Bajo
los balcones
Do
están encantadas,
Se
detiene con súbito ruido
La
ronda de espadas.
Tristísima
noche
De
nubes extrañas:
¡Ay,
de acero las hojas lucientes
Se
toman guadañas!
¡Tristísima
noche
De
las encantadas!
La sangre
El
mustio peregrino
Vió
en el monte una huella de sangre:
La
sigue pensativo
En
los recuerdos claros de su tarde.
El
triste, paso a paso,
La
ve en la ciudad, dormida, blanca,
Junto
a los cadalsos,
Y al
morir de ciegas atalayas.
El
curvo peregrino
Transita
por bosques adorantes
Y los
reinos malditos,
Y
siempre mira las rojas señales.
Lied I
Era
el alba,
Cuando
las gotas de sangre en el olmo
Exhalaban
tristísima luz.
Los
amores
De
la chinesca tarde fenecieron
Nublados
en la música azul.
Vagas
rosas
Ocultan
en ensueño blanquecino
Señales
de muriente dolor.
Y
tus ojos
El
fantasma de la noche olvidaron,
Abiertos
a la joven canción.
Es
el alba;
Hay
una sangre bermeja en el olmo
Y un
rencor doliente en el jardín.
Gime
el bosque,
Y en
la bruma hay rostros desconocidos
Que
contemplan el árbol morir.
Lied III
En
la costa brava
Suena
la campana,
Llamando
a los antiguos
Bajales
sumergidos.
Y
como tamiz celeste
Y el
luminar de hielo,
Pasan
tristemente
Los
bajales muertos.
Carcomidos,
flavos,
Se
acercan bajando...
Y
por las luces dejan
Oscuras
estelas.
Con
su lenguaje incierto,
Parece
que sollozan,
A la
voz de invierno,
Preterida
historia.
En
la costa brava
Suena
la campana
Y se
vuelven las naves
Al
panteón de los mares.
Lied IV
La
noche pasaba,
Y al
terror de las nébulas, sus ojos
Inefables
reían de tristeza.
La
muda palabra
En
la mansión culpable se veía,
Como
del Dios antiguo la sentencia.
La
funesta falta
Descubrieron
los canes, olfateando
En
el viento la sombra de la muerta.
La
bella cantaba,
Y el
florete durmióse en la armería
Sangrando
la piedad de la inocencia.
Lied V
La
canción del adormido cielo
Dejó
dulces pesares;
Yo
quisiera dar vida a esa canción
Que
tiene tanto de ti.
Ha
caído la tarde sobre el musgo
Del
cerco inglés,
Con
aire de otro tiempo musical.
El
murmurio de la última fiesta
Ha
dejado colores tristes y suaves
Cual
de primaveras oscuras
Y
listones perlinos.
Y
las dolidas notas
Han
traído la melancolía
De
las sombras galantes
Al
dar sus adioses sobre la playa.
La
celestía de tus ojos dulces
Tiene
un pesar de canto,
Que
el alma nunca olvidará.
El
ángel de los sueños te ha besado
Para
dejarte amor sentido y musical
Y
cuyos sones de tristeza
Llegan
al alma mía,
Como
celestes miradas
En
esta niebla de profunda soledad.
¡Es
la canción simbólica
Como
un jazmín de sueño,
Que
tuviera tus ojos y tu corazón!
¡Yo
quisiera dar vida a esta canción!
Los ángeles tranquilos
Pasó
el vendaval; ahora,
Con
perlas y berilos,
Cantan
la soledad aurora
Los
ángeles tranquilos.
Modulan
canciones santas
En
dulces bandolines;
Viendo
caídas las hojosas plantas
De
campos y jardines.
Mientras
sol en la neblina
Vibra
sus oropeles,
Besan
la muerte blanquecina
En
los Saharas crueles.
Se
alejan de madrugada,
Con
perlas y berilos,
Y
con la luz del cielo en la mirada
Los
ángeles tranquilos.
Los delfines
Es
la noche de la triste remembranza;
En
amplio salón cuadrado,
De
amarillo iluminado,
A la
hora de maitines
Principia
la angustiosa contradanza
De
los difuntos delfines.
Tienen
ricos medallones
Terciopelos
y listones;
Por
nobleza, por tersura
Son
cual de Van Dyck pintura;
Mas,
conservan un esbozo,
Una
llama de tristura
Como
el primo, como el último sollozo.
Es
profunda la agonía
De
su eterna simetría;
Ora
avanzan en las fugas y compases
Como
péndulos tenaces
De
la última alegría.
Un
saber innominado,
Abatidor
de la infancia,
Sufrir
los hace, sufrir por el pecado
De
la nativa elegancia.
Y
por misteriosos fines,
Dentro
del salón de la desdicha nocturna,
Se
enajenan los delfines
En
su danza taciturna.
Arriba
Marcha
fúnebre de una marionnette
Suena
trompa del infante con aguda melodía...
La
farándula ha llegado a la reina Fantasía;
Y en
las luces otoñales se levanta plañidera
La
carroza plañidera.
Pasan
luego, a la sordina, peregrinos y lacayos
Y
con sus caparazones los acéfalos caballos;
Van
azul melancolía
La
muñeca. ¡No hagáis ruido!;
Se
diría, se diría
Que
la pobre se ha dormido.
Vienen
túmidos y erguidos palaciegos borgoñones
Y
los siguen arlequines con estrechos pantalones.
Ya
monótona en litera
Va
la reina de madera;
Y
Paquita siente anhelo de reír y de bailar,
Flotó
breve la cadencia de la murria y la añoranza;
Suena
el pífano campestre con los aires de la danza.
¡Pobre,
pobre marionnette que la van a sepultar!
Con
silente poesía
Va
un grotesco Rey de Hungría
Y
los siguen los alanos;
Así
toda la jauría
Con
los viejos cortesanos.
Y en
tristor a la distancia
Vuelan
goces de la infancia,
Los
amores incipientes, los que nunca han de durar.
¡Pobrecita
la muñeca que la van a sepultar!
Melancólico
el zorcico se prolonga en la mañana,
La
penumbra se difunde por el monte y la llanura,
Marionnette
deliciosa va a llegar a la temprana sepultura.
En
la trocha aúlla el lobo
Cuando
gime el melodioso paro bobo.
Tembló
el cuerno de la infancia con aguda melodía
Y la
dicha tempranera a la tumba llega ahora
Con
funesta poesía
Y
Paquita danza y llora.
Nocturno
De
Occidente la luz matizada
Se
borra, se borra;
En
el fondo del valle se inclina
La
pálida sombra.
Los
insectos que pasan la bruma
Se
mecen y flotan,
Y en
su largo mareo golpean
Las
húmedas hojas.
Por
el tronco ya sube, ya sube
La
nítida tropa
De
las larvas que, en ramas desnudas,
Se
acuestan medrosas.
En
las ramas de fusca alameda
Que
ciñen las rocas,
Bengalíes
se mecen dormidos,
Soñando
sus trovas.
Ya
descansan los rubios silvanos
Que
en punas y costas,
Con
sus besos las blancas mejillas
Abrazan
y doran.
En
el lecho mullido la inquieta
Fanciulla
reposa,
Y
muy grave su dulce, risueño
Semblante
se torna.
Que
así viene la noche trayendo
Sus
causas ignotas;
Así
envuelve con mística niebla
Las
ánimas todas.
Y
las cosas, los hombres domina
La
parda señora,
De
brumosos cabellos flotantes
Y
negra corona.
Peregrín cazador de figuras
En
el mirador de la fantasía,
Al
brillar del perfume
Tembloroso
de armonía;
En
la noche que llamas consume;
Cuando
duerme el ánade implume,
Los
órficos insectos se abruman
Y
luciérnagas fuman;
Cuando
lucen los silfos galones, entorcho
Y
vuelan mariposas de corcho
O
los rubios vampiros cecean,
O
las firmes jorobas campean;
Por
la noche de los matices,
De
ojos muertos y largas narices;
En
el mirador distante,
Por
las llanuras;
Peregrín
cazador de figuras
Con
ojos de diamante
Mira
desde las ciegas alturas.
Reverie
Y
soñé, de un templete bajaban
Dos
dulces bellezas matinales;
Y oí
melancólicas hablaban
De
las nobles dichas forestales.
Las
vi en el blasón de la poterna
Azulinas
y casi borradas
Despierto
años después, la cisterna
Las
mecía medio retratadas.
Y al
fin las divisé lastimosas
Por
los caminos y por las abras;
Y
hablaban las bellas melodiosas;
Pero
no se oían sus palabras.
Así,
su memoria me traía
Las
baladas de Mendelssohn claras;
Pero
ni Beethoven poseía
La
tristísima luz de esas caras.