Alfonso Reyes Ochoa Gran poeta,
escritor y diplomático mexicano, uno de los mejores críticos y ensayistas en
lengua castellana, también conocido como el “regiomontano universal”.
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A veces lamento hablar en español: escuchado desde la otra orilla debe ser algo
incomparable, lleno de chasquidos y latigazos, terrible carga de caballería de
abiertas vocales, por entre un campo erizado de consonantes clavadas como
estacas.
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Sólo las figuras cargadas de pasado están ricas de porvenir.
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“El hombre es superior al animal porque tiene conciencia del bien.”
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Publicamos para no pasarnos la vida corrigiendo los borradores.
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El deber más santo de los que sobreviven es honrar la memoria de los
desaparecidos.
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El arte de la expresión no me apareció como un oficio retórico, independiente
de la conducta, sino como un medio para realizar plenamente el sentido humano.
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No cabe duda: de niño, a mí me seguía el sol.
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El libro enriquece igualmente la soledad y la compañía... La vida muere, los
libros permanecen.
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¡Qué natural lo que se acaba cuando ya se apaga por sí! Voy con la razón
satisfecha, dormido, contento feliz.
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Quiero que la literatura sea una cabal explicitación, y, por mi parte, no
distingo entre mi vida y mis letras. ¿No dijo Goethe: Todas mis obras son
fragmentos de una confesión general?
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No me vendas rencor en almíbar, si he de hallar acíbar en el corazón.
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Conservo retratos de mis tres, de mis seis meses, me parece que ésos son mis
verdaderos retratos y lo demás es decadencia.
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Hay que interesarse por las anécdotas. Lo menos que hacen es divertirnos. Nos
ayudan a vivir, a olvidar por unos instantes: ¿hay mayor piedad? Hay que
interesarse por los recuerdos, harina que da nuestro molino.
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¿La emoción? Pídela al número que mueve y gobierna al mundo. Templa el sagrado
instrumento más allá del sentimiento. Deja al sordo, deja al mudo, al solícito
y al rudo. Nada temas, al contrario, si en el rayo de una estrella logras
calcinar la huella de tu sueño solitario.
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¿Qué tienes alma que gritas a tu manera y sin voz? Los caminos de la vida no
llevan a donde yo voy.
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¿Qué culpa tengo yo de tener una memoria de colodión, que lo que miro se me
queda grabado?
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El fin de la creación literaria es iluminar el corazón de todos los hombres, en
los que tienen de meramente humano.
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Si a los cultos estuviera confiado dar el aliento a los idiomas, todavía
estaríamos hablando en latín
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Escribo: eso es todo. Escribo conforme voy viviendo. Escribo como parte de mi
economía natural. Después, las cuartillas se clasifican en libros,
imponiéndoles un orden objetivo, impersonal, artístico, o sea artificial. Pero
el trabajo mana de mí en un flujo no diferenciado y continuo.