El protagonista, Tediato, ha perdido a su
amada y no puede vivir sin ella. Por ende, le paga a Lorenzo, el sepultero,
para que le ayude a exhumar su cadáver para llevársela a casa y morir junto a
ella. La primera noche, Tediato le promete a la fallecida: "te llevaré a
mi casa, descansarás en un lecho junto al mío; morirá mi cuerpo junto a ti,
cadáver adorado, y expirando incendiaré mi domicilio, y tú y yo nos volveremos
ceniza en medio de la casa".
Esa
primera noche se acaba antes de que puedan terminar de desenterrarla. En la
segunda noche Tediato llega al templo y se le acerca un desconocido herido de
muerte. El hombre fallece a los pies de Tediato y, por la mala suerte de estar
en el lugar equivocado en el momento equivocado, llegan las autoridades, lo
culpan a Tediato por el asesinato del desconocido y lo llevan a la cárcel.
Pocas horas después, cuando hallan al verdadero culpable, lo dejan libre y
Tediato vuelve al templo para desenterrar a su amada. Cuando llega se encuentra
con el hijo del sepultero. El niño le cuenta las desgracias que ha sufrido su
familia: "Mi abuelo murió esta mañana. Tengo ocho años, y seis hermanos
más chicos que yo. Mi madre acaba de morir de sobreparto. Dos hermanos tengo
muy malos con viruelas, otro está en el hospital, mi hermana se desapareció
desde ayer de casa. Mi padre no ha comido en todo hoy un bocado de la
pesadumbre".
El
niño lo lleva a la casa del sepultero donde Tediato le dice: "Te
compadezco tanto como a mí mismo, Lorenzo, pues la suerte te ha dado tanta
miseria y te la multiplica en tus deplorables hijos... Eres sepulturero... Haz
un hoyo muy grande, entiérralos todos ellos vivos, y sepúltate con ellos. Sobre
tu losa me mataré y moriré diciendo: Aquí yacen unos niños tan felices ahora
como eran infelices poco ha, y dos hombres, los más míseros del mundo".
La
tercera noche Tediato trata de convencerlo a Lorenzo a que termine de ayudarlo
y le dice: "El gusto de favorecer a un amigo debe hacerte la vida apreciable,
si se conjuraran en hacértela odiosa todas las calamidades que pasas. Nadie es
infeliz si puede hacer a otro dichoso [...]Más contribuirás a mi dicha con ese
pico, ese azadón..., viles instrumentos a otros ojos..., venerables a los
míos... Andemos, amigo, andemos". Así termina la obra y no se sabe si
llegan a desenterrar al cadáver.