TRILCE - CÉSAR VALLEJO

POEMA - ¨"TRILCE "
                 I

Quién hace tanta bulla y ni deja 
Testar las islas que van quedando.

Un poco más de consideración 
en cuanto será tarde, temprano, 
y se aquilatará mejor
el guano, la simple calabrina tesórea 
que brinda sin querer, 
en el insular corazón,
salobre alcatraz, a cada hialóidea 
grupada.
Un poco más de consideración, 
y el mantillo líquido, seis de la tarde 
de los más soberbios bemoles.

Y la península párase 
por la espalda, abozaleada, impertérrita 
en la línea mortal del equilibrio.


                   II

Tiempo Tiempo.

Mediodía estancado entre relentes. 
Bomba aburrida del cuartel achica 
tiempo tiempo tiempo tiempo.


Era Era.

Gallos cancionan escarbando en vano. 
Boca del claro día que conjuga 
era era era era.


Mañana Mañana.

El reposo caliente aún de ser. 
Piensa el presente guárdame para 
mañana mañana mañana mañana


Nombre Nombre.

¿Qué se llama cuanto heriza nos? 
Se llama Lomismo que padece 
nombre nombre nombre nombrE. 


                IX

Vusco volvvver de golpe el golpe. 
Sus dos hojas anchas, su válvula 
que se abre en suculenta recepción 
de multiplicando a multiplicador, 
su condición excelente para el placer, 
todo avía verdad.

Busco volvver de golpe el golpe. 
A su halago, enveto bolivarianas fragosidades 
a treintidós cables y sus múltiples, 
se arrequintan pelo por pelo 
soberanos belfos, los dos tomos de la Obra, 
y no vivo entonces ausencia, 
ni al tacto.

Fallo bolver de golpe el golpe. 
No ensillaremos jamás el toroso Vaveo 
de egoísmo y de aquel ludir mortal 
de sábana, 
desque la mujer esta 
¡cuánto pesa de general!

Y hembra es el alma de la ausente. 
Y hembra es el alma mía.


                     X

Prístina y última piedra de infundada 
ventura, acaba de morir 
con alma y todo, octubre habitación y encinta. 
De tres meses de ausente y diez de dulce. 
Cómo el destino,
mitrado monodáctilo, ríe.

Cómo detrás desahucian juntas 
de contrarios. Cómo siempre asoma el guarismo 
bajo la línea de todo avatar.

Cómo escotan las ballenas a palomas.
Cómo a su vez éstas dejan el pico
cubicado en tercera ala.
Cómo arzonamos, cara a monótonas ancas.

Se remolca diez meses hacia la decena,
hacia otro más allá.
Dos quedan por lo menos todavía en pañales.
Y los tres meses de ausencia.
Y los nueve de gestación.

No hay ni una violencia.
El paciente incorpórase,
y sentado empavona tranquilas misturas.


                     XVIII

Oh las cuatro paredes de la celda. 
Ah las cuatro paredes albicantes 
que sin remedio dan al mismo número.

Criadero de nervios, mala brecha, 
por sus cuatro rincones cómo arranca 
las diarias aherrojadas extremidades.

Amorosa llavera de innumerables llaves, 
si estuvieras aquí, si vieras hasta 
qué hora son cuatro estas paredes. 
Contra ellas seríamos contigo, los dos, 
más dos que nunca. Y ni lloraras, 
di, libertadora!

Ah las paredes de la celda. 
De ellas me duele entretanto, más 
las dos largas que tienen esta noche 
algo de madres que ya muertas 
llevan por bromurados declives, 
a un niño de la mano cada una.

Y sólo yo me voy quedando, 
con la diestra, que hace por ambas manos, 
en alto, en busca de terciario brazo 
que ha de pupilar, entre mi dónde y mi cuándo,
esta mayoría inválida de hombre.

                XXVIII

He almorzado solo ahora, y no he tenido
madre, ni súplica, ni sírvete, ni agua,
ni padre que, en el facundo ofertorio
de los choclos, pregunte para su tardanza
de imagen, por los broches mayores del sonido.

Cómo iba yo a almorzar. Cómo me iba a servir
de tales platos distantes esas cosas,
cuando habráse quebrado el propio hogar,
cuando no asoma ni madre a los labios.
Cómo iba yo a almorzar nonada.

A la mesa de un buen amigo he almorzado
con su padre recién llegado del mundo,
con sus canas tías que hablan
en tordillo retinte de porcelana,
bisbiseando por todos sus viudos alvéolos;
y con cubiertos francos de alegres tiroriros,
porque estánse en su casa. Así, ¡qué gracia!
Y me han dolido los cuchillos
de esta mesa en todo el paladar.

El yantar de estas mesas así, en que se prueba
amor ajeno en vez del propio amor,
torna tierra el brocado que no brinda la
MADRE,
hace golpe la dura deglución; el dulce,
hiel; aceite funéreo, el café.

Cuando ya se ha quebrado el propio hogar,
y el sírvete materno no sale de la
tumba,
la cocina a oscuras, la miseria de amor.

                    LXV
Madre, me voy mañana a Santiago,
a mojarme en tu bendición y en tu llanto.
Acomodando estoy mis desengaños y el rosado
de llaga de mis falsos trajines.

Me esperará tu arco de asombro,
las tonsuradas columnas de tus ansias
que se acaban la vida. Me esperará el patio,
el corredor de abajo con sus tondos y repulgos
de fiesta. Me esperará mi sillón ayo,
aquel buen quijarudo trasto de dinástico
cuero, que para no más rezongando a las nalgas
tataranietas, de correa a correhuela.

Estoy cribando mis cariños más puros.
Estoy ejeando ¿no oyes jadear la sonda?
¿no oyes tascar dianas?
estoy plasmando tu fórmula de amor
para todos los huecos de este suelo.
Oh si se dispusieran los tácitos volantes
para todas las cintas más distantes,
para todas las citas más distintas.

Así, muerta inmortal. Así.
Bajo los dobles arcos de tu sangre, por donde
hay que pasar tan de puntillas, que hasta mi padre
para ir por allí,
humildóse hasta menos de la mitad del hombre,
hasta ser el primer pequeño que tuviste.

Así, muerta inmortal.
Entre la columnata de tus huesos
que no puede caer ni a lloros,
y a cuyo lado ni el destino pudo entrometer
ni un solo dedo suyo.

Así, muerta inmortal.
           Así.
  


AUTOR: César Vallejo
NACIONALIDAD: peruano


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