JOSÉ MARÍA EGUREN - POEMAS


El estanque
¡El verde estanque de la hacienda,
Rey del jardín amable,
Está en olvido
Miserable!
En las lejanas, bellas horas
Eran sus linfas cantadoras,
Eran granates y auroras,
A campánulas y jazmínes
Iban insectos mandarines
Con lamparillas purpuradas,
Insectos cantarines
Con las músicas coloreadas;
Mas, del jardín, en la belleza
Mora siempre arcana tristeza:
Como la noche impenetrable,
Como la ruina miserable.
Temblaba Vésper en los cielos,
Gemían búhos paralelos
Y, de tarde, la enramada
Tenía vieja luz dorada;
Era la hora entristecida
Como planta por nieve herida;
Como el insecto agonizante
Sobre hojas secas navegante.
Clara, la niña bullidora,
Corrió a bañarse en linfa mora,
Para ir luego a la fiesta
De la heredad vecina;
Ya a su oído llegaba orquesta
De violín, piano y ocarina.
Brilló un momento, anaranjada,
Entre la sombra perfumada,
Con las primeras sensaciones
Del sarao de orquestaciones.
¡Oh!, en la linfa funesta y honda
Fue a bañarse la virgen blonda;
De los amores encendida,
La mirada llena de vida...
¡El verde estanque de la hacienda,
Rey del jardín amable,
Hoy es derrumbe
Miserable!

 La muerta de marfil
Contemplé, en la mañana,
La tumba de una niña;
En el sauce lloroso gemía tramontana,
Desolando la amena, brilladora campiña.
Desde el túmulo frío, de verdes oquedades,
Volaba el pensamiento
Hacia la núbil áurea, bella de otras edades,
Ceñida de contento.
Al ver oscuras flores,
Libélulas moradas, junto a la losa abierta,
Pensé en el jardín claro, en el jardín de amores,
De la beldad despierta.
Como sombría nube, al ver la tumba rara,
De un fluvión mortecino en la arena y el hielo,
Pensé en la rubia aurora de juventud que amara
La niña, flor de cielo.
Por el lloroso sauce, lilial música de ella,
Modula el aura sola en el panteón de olvido.
Murió canora y bella;
Y están sus restos blancos como el marfil pulido.


La niña de la lámpara azul
En el pasadizo nebuloso
Calcula mágico sueño de Estambul,
Su perfil presenta destelloso
La niña de la lámpara azul.

Ágil y risueña se insinúa,
Y su llama seductora brilla,
Tiembla en su cabello la garúa
De la playa de la maravilla.

Con voz infantil y melodiosa
El fresco aroma de abedul,
Habla de una vida milagrosa
La niña de la lámpara azul.

Con cálidos ojos de dulzura
Y besos de amor matutino,
Me ofrece la bella criatura
Un mágico y celeste camino.

De encantación en un derroche,
Hiende leda, vaporoso tul;
Y me guía a través de la noche
La niña de la lámpara azul.


La pensativa
En los jardines otoñales,
Bajo palmeras virginales,
Miré pasar muda y esquiva
La pensativa.

La vi en azul de la mañana,
Con su mirada tan lejana;
Que en el misterio se perdía
De la borrosa celestía.

La vi en rosados barandales
Donde lucía sus briales;
Y su faz bella vespertina
Era un pesar en la neblina.

Luego marchaba silenciosa
A la penumbra candorosa;
Y un triste orgullo la encendía,
¿Qué pensaría?

¡Oh, su semblante nacarado
Con la inocencia y el pecado!
¡Oh, sus miradas peregrinas
De las llanuras mortecinas!

Era beldad hechizadora;
Era el dolor que nunca llora;
¿Sin la virtud y la ironía
Qué sentiría?

En la serena madrugada,
La vi volver apesarada,
Rumbo al poniente, muda, esquiva,
¡La pensativa!


La ronda de espadas
Por las avenidas
De miedo cercadas,
Brilla en la noche de azules oscuros,
La ronda de espadas.

Duermen los postigos,
Las viejas aldabas;
Y se escuchan borrosas de canes
Las músicas bravas.

Ya los extramuros
Y las arruinadas
Callejuelas, vibrante ha pasado
La ronda de espadas.

Y en los cafetines
Que el humo amortaja,
Al sentirla el tahúr de la noche,
Cierra la baraja.

Por las avenidas
Morunas, talladas,
Viene lenta, sonora, creciente
La ronda de espadas.

Tras las celosías,
Esperan las damas,
Paladines que traigan de amores
Las puntas de llamas.

Bajo los balcones
Do están encantadas,
Se detiene con súbito ruido
La ronda de espadas.

Tristísima noche
De nubes extrañas:
¡Ay, de acero las hojas lucientes
Se toman guadañas!

¡Tristísima noche
De las encantadas!


La sangre
El mustio peregrino
Vió en el monte una huella de sangre:
La sigue pensativo
En los recuerdos claros de su tarde.

El triste, paso a paso,
La ve en la ciudad, dormida, blanca,
Junto a los cadalsos,
Y al morir de ciegas atalayas.

El curvo peregrino
Transita por bosques adorantes
Y los reinos malditos,
Y siempre mira las rojas señales.

 Lied I
Era el alba,
Cuando las gotas de sangre en el olmo
Exhalaban tristísima luz.

Los amores
De la chinesca tarde fenecieron
Nublados en la música azul.

Vagas rosas
Ocultan en ensueño blanquecino
Señales de muriente dolor.

Y tus ojos
El fantasma de la noche olvidaron,
Abiertos a la joven canción.

Es el alba;
Hay una sangre bermeja en el olmo
Y un rencor doliente en el jardín.

Gime el bosque,
Y en la bruma hay rostros desconocidos
Que contemplan el árbol morir.

Lied III
En la costa brava
Suena la campana,
Llamando a los antiguos
Bajales sumergidos.

Y como tamiz celeste
Y el luminar de hielo,
Pasan tristemente
Los bajales muertos.

Carcomidos, flavos,
Se acercan bajando...
Y por las luces dejan
Oscuras estelas.

Con su lenguaje incierto,
Parece que sollozan,
A la voz de invierno,
Preterida historia.

En la costa brava
Suena la campana
Y se vuelven las naves
Al panteón de los mares.


Lied IV
La noche pasaba,
Y al terror de las nébulas, sus ojos
Inefables reían de tristeza.

La muda palabra
En la mansión culpable se veía,
Como del Dios antiguo la sentencia.

La funesta falta
Descubrieron los canes, olfateando
En el viento la sombra de la muerta.

La bella cantaba,
Y el florete durmióse en la armería
Sangrando la piedad de la inocencia.


Lied V
La canción del adormido cielo
Dejó dulces pesares;
Yo quisiera dar vida a esa canción
Que tiene tanto de ti.

Ha caído la tarde sobre el musgo
Del cerco inglés,
Con aire de otro tiempo musical.

El murmurio de la última fiesta
Ha dejado colores tristes y suaves
Cual de primaveras oscuras
Y listones perlinos.

Y las dolidas notas
Han traído la melancolía
De las sombras galantes
Al dar sus adioses sobre la playa.

La celestía de tus ojos dulces
Tiene un pesar de canto,
Que el alma nunca olvidará.

El ángel de los sueños te ha besado
Para dejarte amor sentido y musical
Y cuyos sones de tristeza
Llegan al alma mía,
Como celestes miradas
En esta niebla de profunda soledad.

¡Es la canción simbólica
Como un jazmín de sueño,
Que tuviera tus ojos y tu corazón!
¡Yo quisiera dar vida a esta canción!


Los ángeles tranquilos
Pasó el vendaval; ahora,
Con perlas y berilos,
Cantan la soledad aurora
Los ángeles tranquilos.

Modulan canciones santas
En dulces bandolines;
Viendo caídas las hojosas plantas
De campos y jardines.

Mientras sol en la neblina
Vibra sus oropeles,
Besan la muerte blanquecina
En los Saharas crueles.

Se alejan de madrugada,
Con perlas y berilos,
Y con la luz del cielo en la mirada
Los ángeles tranquilos.


Los delfines
Es la noche de la triste remembranza;
En amplio salón cuadrado,
De amarillo iluminado,
A la hora de maitines
Principia la angustiosa contradanza
De los difuntos delfines.
Tienen ricos medallones
Terciopelos y listones;
Por nobleza, por tersura
Son cual de Van Dyck pintura;
Mas, conservan un esbozo,
Una llama de tristura
Como el primo, como el último sollozo.
Es profunda la agonía
De su eterna simetría;
Ora avanzan en las fugas y compases
Como péndulos tenaces
De la última alegría.
Un saber innominado,
Abatidor de la infancia,
Sufrir los hace, sufrir por el pecado
De la nativa elegancia.
Y por misteriosos fines,
Dentro del salón de la desdicha nocturna,
Se enajenan los delfines
En su danza taciturna.


Arriba
Marcha fúnebre de una marionnette
Suena trompa del infante con aguda melodía...
La farándula ha llegado a la reina Fantasía;
Y en las luces otoñales se levanta plañidera
La carroza plañidera.

Pasan luego, a la sordina, peregrinos y lacayos
Y con sus caparazones los acéfalos caballos;
Van azul melancolía
La muñeca. ¡No hagáis ruido!;
Se diría, se diría
Que la pobre se ha dormido.

Vienen túmidos y erguidos palaciegos borgoñones
Y los siguen arlequines con estrechos pantalones.
Ya monótona en litera
Va la reina de madera;
Y Paquita siente anhelo de reír y de bailar,
Flotó breve la cadencia de la murria y la añoranza;
Suena el pífano campestre con los aires de la danza.

¡Pobre, pobre marionnette que la van a sepultar!
Con silente poesía
Va un grotesco Rey de Hungría
Y los siguen los alanos;
Así toda la jauría
Con los viejos cortesanos.
Y en tristor a la distancia
Vuelan goces de la infancia,
Los amores incipientes, los que nunca han de durar.

¡Pobrecita la muñeca que la van a sepultar!
Melancólico el zorcico se prolonga en la mañana,
La penumbra se difunde por el monte y la llanura,
Marionnette deliciosa va a llegar a la temprana sepultura.

En la trocha aúlla el lobo
Cuando gime el melodioso paro bobo.
Tembló el cuerno de la infancia con aguda melodía
Y la dicha tempranera a la tumba llega ahora
Con funesta poesía
Y Paquita danza y llora.


Nocturno
 De Occidente la luz matizada
Se borra, se borra;
En el fondo del valle se inclina
La pálida sombra.

Los insectos que pasan la bruma
Se mecen y flotan,
Y en su largo mareo golpean
Las húmedas hojas.

Por el tronco ya sube, ya sube
La nítida tropa
De las larvas que, en ramas desnudas,
Se acuestan medrosas.

En las ramas de fusca alameda
Que ciñen las rocas,
Bengalíes se mecen dormidos,
Soñando sus trovas.

Ya descansan los rubios silvanos
Que en punas y costas,
Con sus besos las blancas mejillas
Abrazan y doran.

En el lecho mullido la inquieta
Fanciulla reposa,
Y muy grave su dulce, risueño
Semblante se torna.

Que así viene la noche trayendo
Sus causas ignotas;
Así envuelve con mística niebla
Las ánimas todas.

Y las cosas, los hombres domina
La parda señora,
De brumosos cabellos flotantes
Y negra corona.


Peregrín cazador de figuras
En el mirador de la fantasía,
Al brillar del perfume
Tembloroso de armonía;

En la noche que llamas consume;
Cuando duerme el ánade implume,

Los órficos insectos se abruman
Y luciérnagas fuman;
Cuando lucen los silfos galones, entorcho
Y vuelan mariposas de corcho
O los rubios vampiros cecean,
O las firmes jorobas campean;
Por la noche de los matices,
De ojos muertos y largas narices;
En el mirador distante,
Por las llanuras;

Peregrín cazador de figuras
Con ojos de diamante
Mira desde las ciegas alturas.


Reverie
Y soñé, de un templete bajaban
Dos dulces bellezas matinales;
Y oí melancólicas hablaban
De las nobles dichas forestales.
Las vi en el blasón de la poterna
Azulinas y casi borradas
Despierto años después, la cisterna
Las mecía medio retratadas.
Y al fin las divisé lastimosas
Por los caminos y por las abras;
Y hablaban las bellas melodiosas;
Pero no se oían sus palabras.
Así, su memoria me traía
Las baladas de Mendelssohn claras;
Pero ni Beethoven poseía
La tristísima luz de esas caras.

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