Balada de la cárcel de Reading I
Ya
no vestía su casaca escarlata,
Porque
rojos son la sangre y el vino
Y
sangre y vino había en sus manos
Cuando
lo sorprendieron con la muerta,
La
pobre muerta a la que había amado
Y a
la que asesinó en su lecho.
Entre
los reos caminaba
Con
un mísero uniforme gris
Y
una gorrilla en la cabeza;
Parecía
andar ligero y alegre,
Pero
nunca vi un hombre que mirara
Con
tanta avidez la luz del día.
Nunca
vi un hombre que mirara
Con
ojos tan ávidos
Ese
pequeño toldo azul
Al
que los presos llaman cielo
Y
cada nube que pasaba
Con
sus velas de plata.
Yo,
con otras almas en pena,
Caminaba
en otro corro
Y me
preguntaba si aquel hombre habría hecho
Algo
grande o algo pequeño,
Cuando
una voz susurró a mis espaldas:
"¡A
ese tipo lo van a colgar!"
¡Santo
Cristo! Hasta los muros de la cárcel
De
pronto parecieron vacilar
Y el
cielo sobre mi cabeza se convirtió
En
un casco de acero ardiente;
Y,
aunque yo también era un alma en pena,
Mi
pena no podía sentirla.
Sólo
sabía que una idea obsesiva
Apresuraba
su paso, y por qué
Miraba
al día deslumbrante
Con
tan ávidos ojos;
Aquel
hombre había matado lo que amaba,
Y
por eso iba a morir.
Aunque
todos los hombres matan lo que aman,
Que
lo oiga todo el mundo,
Unos
lo hacen con una mirada amarga,
Otros
con una palabra zalamera;
El
cobarde con un beso,
¡El
valiente con una espada!
Unos
matan su amor cuando son jóvenes,
Y
otros cuando son viejos;
Unos
lo ahogan con manos de lujuria,
Otros
con manos de oro;
El
más piadoso usa un cuchillo,
Pues
así el muerto se enfría antes.
Unos
aman muy poco, otros demasiado,
Algunos
venden y otros compran;
Unos
dan muerte con muchas lágrimas
Y
otros sin un suspiro:
Pero
aunque todos los hombres matan lo que aman,
No
todos deben morir por ello.
No
todo hombre muere de muerte infamante
En
un día de negra vergüenza,
Ni
le echan un dogal al cuello,
Ni
una mortaja sobre el rostro,
Ni
cae con los pies por delante,
A
través del suelo, en el vacío.
No
todo hombre convive con hombres callados
Que
lo vigilan noche y día,
Que
lo vigilan cuando intenta llorar
Y
cuando intenta rezar,
Que
lo vigilan por miedo a que él mismo robe
Su
presa a la prisión.
No
todo hombre despierta al alba y ve
Aterradoras
figuras en su celda,
Al
trémulo capellán con ornamentos blancos,
Y al
director, de negro brillante,
Con
el rostro amarillo de la sentencia.
No
todo hombre se levanta con lastimera prisa
Para
vestir sus ropas de condenado
Mientras
algún doctor de zafia lengua disfruta
Y
anota cada nueva crispación nerviosa,
Manoseando
un reloj cuyo débil tic-tac
Suena
lo mismo que horribles martillazos.
No
todo hombre siente esa asquerosa sed
Que
le reseca a uno la garganta antes
De
que el verdugo, con sus guantes de faena,
Franquee
la puerta acolchada
Y le
ate con tres correas de cuero
Para
que la garganta no vuelva a sentir sed.
No
todo hombre inclina la cabeza
Para
escuchar el oficio de difuntos
Ni,
mientras la angustia de su alma
Le
dice que no está muerto,
Pasa
junto a su propio ataúd
Camino
del atroz tinglado.
No
todo hombre mira hacia lo alto
A
través de un tejadillo de cristal,
Ni
reza con labios de barro
Para
que cese su agonía
Ni
siente en su mejilla estremecida
El
beso de Caifás.