JOSÉ SANTOS CHOCANO - POEMAS


 El idilio de los volcanes
El Ixtlacíhuatl traza la figura yacente
De una mujer dormida bajo el Sol.
El Popocatépetl flamea en los siglos
Como una apocalíptica visión;
Y estos dos volcanes solemnes
Tienen una historia de amor,
Digna de ser cantada en las compilaciones
De una extraordinaria canción.

Ixtacíhuatl -hace miles de años-
Fue la princesa más parecida a una flor,
Que en la tribu de los viejos caciques
Del más gentil capitán se enamoró.
El padre augustamente abrió los labios
Y díjole al capitán seductor
Que si tornaba un día con la cabeza
Del cacique enemigo clavada en su lanzón,
Encontraría preparados, a un tiempo mismo,
El festín de su triunfo y el lecho de su amor.

Y Popocatépetl fuese a la guerra
Con esta esperanza en el corazón:
Domó las rebeldías de las selvas obstinadas,
El motín de los riscos contra su paso vencedor,
La osadía despeñada de los torrentes,
La acechanza de los pantanos en traición;
Y contra cientos y cientos de soldados,
Por años gallardamente combatió.

Al fin tornó a tribu (y la cabeza
Del cacique enemigo sangraba en su lanzón).
Halló el festín del triunfo preparado,
Pero no así el lecho de su amor;
En vez de lecho encontró el túmulo
En que su novia, dormida bajo el Sol,
Esperaba en su frente el beso póstumo
De la boca que nunca en la vida besó.

Y Popocatépetl quebró en sus rodillas
El haz de flechas; y, en una sola voz,
Conjuró la sombra de sus antepasados
Contra la crueldad de su impasible Dios.
Era la vida suya, muy suya,
Porque contra la muerte ganó:
Tenía el triunfo, la riqueza, el poderío,
Pero no tenía el amor.

Entonces hizo que veinte mil esclavos
Alzaran un gran túmulo ante el Sol
Amontonó diez cumbres
En una escalinata como alucinación;
Tomó en sus brazos a la mujer amada,
Y él mismo sobre el túmulo la colocó;
Luego encendió una antorcha, y, para siempre,
Quedóse en pie alumbrando el sarcófago de su dolor.

Duerme en paz, Ixtacíhuatl, nunca los tiempos
Borrarán los perfiles de tu expresión.
Vela en paz. Popocatépetl: nunca los huracanes
Apagarán tu antorcha, eterna como el amor.


El romance de la felicidad
Felicidad: yo te he encontrado
Más de una vez en mi camino;
Pero al tender hacia ti el ruego
De mis dos manos has huido,
Dejando en ellas, solamente,
Cual una dádiva, cautivo
Algún mechón de tus cabellos
O algún jirón de tus vestidos.

Tanto mejor fuera no haberte
Hallado nunca en mi camino.
Por ser tu dueño, siento a veces
Que no soy dueño de mí mismo...
Toda esperanza es un engaño;
Todo deseo es un martirio...

Felicidad: te vi de cerca;
Pero no pude hablar contigo.

Ya voy sintiéndome cansado...
Cuando en la orilla del camino
Me siento a ver pasar a muchos
Que hacia ti vayan cual yo he ido,
Tal vez te atraiga mi reposo,
Mi displicente escepticismo,
Mi resignada indiferencia,
Mi corazón firme y tranquilo;
Y, paso a paso, a mí te acerques,
Sin que yo llegue a percibirlo,
Y, al fin, sentándote a mi lado,
Hablarme empieces: -Buen amigo...

¿Será mejor el no buscarte?
¿Será mejor el ser altivo
En la desgracia y no sentirse
Juguete vil de tus caprichos?

Yo sólo sé que cuantas veces
Con más afán te he perseguido,
Más fácilmente, hacia más lejos,
Más desdeñosa huir te he visto.
Yo sólo sé que cuantas veces
Tornó perfil un sueño mío,
Felicidad, te vi de cerca,
Pero no pude hablar contigo.

La magnolia
En el bosque, de aromas y de músicas lleno,
La magnolia florece delicada y ligera,
Cual vellón que en las zarpas enredado estuviera,
O cual copo de espuma sobre lago sereno.

Es un ánfora digna de un artífice heleno,
Un marmóreo prodigio de la Clásica Era:
Y destaca su fina redondez a manera
De una dama que luce descotado su seno.

No se sabe si es perla, ni se sabe si es llanto.
Hay entre ella y la luna cierta historia de encanto,
En la que una paloma pierde acaso la vida:

Porque es pura y es blanca y es graciosa y es leve,
Como un rayo de luna que se cuaja en la nieve,
O como una paloma que se queda dormida.


Nocturno de la copla callejera
Tiempo ha quemé mis naves
Como el conquistador,
Y me lancé al trajín de la aventura
De un corazón en otro corazón;
Pero...
Confieso yo
Que he tenido también mi noche triste.
¡Oh noche triste en que llorando estoy!

¡Oh noche en que, vagando
Por los barrios oscuros de aspecto evocador,
Donde en casas humildes sueña el romanticismo
De vírgenes enfermas de Luna y de canción,
Me ha interrumpido el paso
Una copla escapada por el hueco traidor
De una ventana, a sólo
Clavárseme a mitad del corazón.

Y la copla a mí vino
Lanzada, entre el rezongo de un viejo acordeón,
Por algún mozalbete presumido
Según era el descaro de su engolada voz.

No me llegó la copla redondeada;
No me llegó,
Sino algo en que ponía su miel un primer beso
O en que abría su rosa quizá un primer rubor.
Pero...

Ay de mí, si estoy
Seguro del final que en lo más hondo
Su envenenada punta me clavó.
Tales palabras
Son:
-"Pienso en aquel que te quiso
Antes de quererte yo".

Ya que lejos de ti, siéntote acaso
Más adentro que nunca de mi amor,
Ha venido esta copla destemplada
A destemplar también mi corazón:
Yo no he sido el primer hombre que amaste.
No he sido, no,
Amor primero de mujer ninguna,
No he despertado en nadie la primera emoción,
No he probado la miel de un primer beso,
Ni abrí la rosa de un primer rubor...

¿Comprendes tú qué sangre
Lloro en mi noche triste? ¿Comprendes qué canción
Es la que me sugiere aquella copla
Venida a mí quizá como la voz
Que detuvo, camino de Damasco,
También a un pecador?

La primera mujer que amé en la vida,
Al oír que la amaba, colérica me huyó;
La segunda mujer, sonrisas tuvo
Para mí que antes tuvo para otros tal vez, y luego adiós.

Díjome desde lo alto de un navío
En que de mí por siempre se alejó;
La tercera mujer no pudo nunca,
Desde su ostentación
De estrella, percatarse
De mi apasionamiento de pastor;

Una me dio una cita en cierta noche
En que, para burlarme, se murió;
Otra me dijo con los ojos algo
Que todavía descifrando estoy,
Porque en ningunos ojos volví a hallar tal mirada,
Con que piadosamente me ha de ver quizá hoy Dios.

Después... téngolo dicho:
He quemado mis naves como el conquistador
Y me he entrado también a sangre y fuego
De un corazón a otro corazón;
Y en esta noche triste,
Tengo un orgullo sabio, porque no he sido yo
Amor primero de mujer ninguna,
Pero el último sí, ¡seguro estoy!

Y, así, como amor último que he sido,
De más de una mujer, pienso en tu amor;
Y pensando en la copla callejera,
La hago decir con todo mi orgullo indoespañol:

¡Pienso en aquel que te quiera
Después de quererte yo!


Orquídeas
Ánforas de cristal, airosas galas
De enigmáticas formas sorprendentes,
Diademas propias de apolíneas frentes,
Adornos dignos de fastuosas salas.

En los nudos de un tronco hacen escalas;
Y ensortijan sus tallos de serpientes,
Hasta quedar en la altitud pendientes,
A manera de pájaros sin alas.

Tristes como cabezas pensativas,
Brotan ellas, sin torpes ligaduras
De tirana raíz, libres y altivas;

Porque también, con lo mezquino en guerra,
Quieren vivir, como las almas puras,
Sin un solo contacto con la tierra.


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