Hasta que se me fue no he descubierto
Hasta
que se me fue no he descubierto
Todo
lo que la quise;
Yo
creía quererla; no sabía
Lo
que es de amor morirse.
Era
como algo mío entonces, era
Costumbre...
que se dice...;
Pero
hoy soy suyo yo, soy de la muerte
A
quien nadie resiste.
Al
irse nació en mí... ¡no!, que en torturas
En
ella nací al írseme;
Lo
que creí yo sueño era la vela;
He
nacido al morirme.
Por
fin ya sé quién soy... no lo sabía...
¿Lo
sé? ¿Quién sabe en este mundo triste?
¿Hay
quién sepa lo que es saber y entienda
Lo
que la nada dice?
Mi
madre nació en mí en aquel día
Que
se me fue Teresa... Madre, dime
De
dónde vine, adónde voy perdido,
Por
qué al amor me diste...
Hay ojos que miran, hay ojos que sueñan
Hay
ojos que miran, -hay ojos que sueñan,
Hay
ojos que llaman, -hay ojos que esperan,
Hay
ojos que ríen -risa placentera,
Hay
ojos que lloran -con llanto de pena,
Unos
hacia adentro -otros hacia fuera.
Son
como las flores -que cría la tierra.
Mas
tus ojos verdes, -mi eterna Teresa,
Los
que están haciendo -tu mano de hierba,
Me
miran, me sueñan, -me llaman, me esperan,
Me
ríen rientes -risa placentera,
Me
lloran llorosos -con llanto de pena,
Desde
tierra adentro, -desde tierra afuera.
En
tus ojos nazco, -tus ojos me crean,
Vivo
yo en tus ojos -el sol de mi esfera,
En
tus ojos muero, -mi casa y vereda,
Tus
ojos mi tumba, -tus ojos mi tierra.
Horas serenas del ocaso breve
Horas
serenas del ocaso breve,
Cuando
la mar se abraza con el cielo
Y
se despiertas el inmortal anhelo
Que
al fundirse la lumbre, la lumbre bebe.
Copos
perdidos de encendida nieve,
Las
estrellas se posan en el suelo
De
la noche celeste, y su consuelo
Nos
dan piadosas con su brillo leve.
Como
en concha sutil perla perdida,
Lágrima
de las olas gemebundas,
Entre
el cielo y la mar sobrecogida
El
alma cuaja luces moribundas
Y
recoge en el lecho de su vida
El
poso de sus penas más profundas.
La luna y la rosa
En
el silencio estrellado
La
Luna daba a la rosa
Y
el aroma de la noche
Le
henchía ?sedienta boca?
El
paladar del espíritu,
Que
adurmiendo su congoja
Se
abría al cielo nocturno
De
Dios y su Madre toda...
Toda
cabellos tranquilos,
La
Luna, tranquila y sola,
Acariciaba
a la Tierra
Con
sus cabellos de rosa
Silvestre,
blanca, escondida...
La
Tierra, desde sus rocas,
Exhalaba
sus entrañas
Fundidas
de amor, su aroma...
Entre
las zarzas, su nido,
Era
otra luna la rosa,
Toda
cabellos cuajados
En
la cuna, su corola;
Las
cabelleras mejidas
De
la Luna y de la rosa
Y
en el crisol de la noche
Fundidas
en una sola...
En
el silencio estrellado
La
Luna daba a la rosa
Mientras
la rosa se daba
A
la Luna, quieta y sola.
La mar ciñe a la noche su regazo
La
mar ciñe a la noche en su regazo
Y
la noche a la mar; la luna, ausente;
Se
besan en los ojos y en la frente;
Los
besos dejan misterioso trazo.
Derrítense
después en un abrazo,
Tiritan
las estrellas con ardiente
Pasión
de mero amor, y el alma siente
Que
noche y mar se enredan en su lazo.
Y
se baña en la oscura lejanía
De
su germen eterno, de su origen,
Cuando
con ella Dios amanecía,
Y
aunque los necios sabios leyes fijen,
Ve
la piedad del alma la anarquía
Y
que leyes no son las que nos rigen.
Horas
serenas del ocaso breve,
Cuando
la mar se abraza con el cielo
Y
se despierta el inmortal anhelo
Que
al fundirse la lumbre, lumbre bebe.
Copos
perdidos de encendida nieve,
Las
estrellas se posan en el suelo
De
la noche celeste, y su consuelo
Nos
dan piadosas con su brillo leve.
Como
en concha sutil perla perdida,
Lágrima
de las olas gemebundas,
Entre
el cielo y la mar sobrecogida
El
alma cuaja luces moribundas
Y
recoge en el lecho de su vida
El
poso de sus penas más profundas.
Luciérnaga celeste
Luciérnaga
celeste, humilde estrella
De
navegante guía: la Boquilla
De
la Bocina que a hurtadillas brilla,
Violeta
de luz, pobre centella
Del
hogar del espacio; ínfima huella
Del
paso del Señor; gran maravilla
Que
broche del vencejo en la gavilla
De
mies de soles, sólo ella los sella.
Era
al girar del universo quicio
Basado
en nuestra tierra; fiel contraste
Del
Hombre Dios y de su sacrificio.
Copérnico,
Copérnico, robaste
A
la fe humana su más alto oficio
Y
diste así con su esperanza al traste.
¿Por
qué esos lirios que los hielos matan?
Me destierro a la memoria
Me
destierro a la memoria,
Voy
a vivir del recuerdo.
Buscadme,
si me os pierdo,
En
el yermo de la historia,
Que
es enfermedad la vida
Y
muero viviendo enfermo.
Me
voy, pues, me voy al yermo
Donde
la muerte me olvida.
Y
os llevo conmigo, hermanos,
Para
poblar mi desierto.
Cuando
me creáis más muerto
Retemblaré
en vuestras manos.
Aquí
os dejo mi alma-libro,
Hombre-mundo
verdadero.
Cuando
vibres todo entero.
Morir soñando
Au
fait, se disait-il a lui-même, il parait que
mon
destin est de mourir en rêvant.
Stendhal,
Le Rouge et le Noir, LXX, "La tranquillité"
Morir
soñando, sí, mas si se sueña
Morir,
la muerte es sueño; una ventana
Hacia
el vacío; no soñar; nirvana;
Del
tiempo al fin la eternidad se adueña.
Vivir
el día de hoy bajo la enseña
Del
ayer deshaciéndose en mañana;
Vivir
encadenado a la desgana
¿Es
acaso vivir?, ¿y esto qué enseña?
¿Soñar
la muerte no es matar el sueño?
¿Vivir
el sueño no es matar la vida?
¿A
qué poner en ello tanto empeño?:
¿Aprender
lo que al punto al fin se olvida
Escudriñando
el implacable ceño
-Cielo
desierto- del eterno Dueño?
Soy
yo, lector, que en ti vibro.
Nuestro secreto
No
me preguntes más, es mi secreto,
Secreto
para mí terrible y santo;
Ante
él me velo con un negro manto
De
luto de piedad; no rompo el seto
Que
cierra su recinto, me someto
De
mi vida al misterio, el desencanto
Huyendo
del saber y a Dios levanto
Con
mis ojos mi pecho siempre inquieto.
Hay
del alma en el fondo oscura sima
Y
en ella hay un fatídico recodo
Que
es nefando franquear; allá en la cima
Brilla
el sol que hace polvo al sucio lodo;
Alza
los ojos y tu pecho anima;
Conócete,
mortal, mas no del todo.
¿Por qué esos lirios que los hielos matan?
¿Por
qué esas rosas a que agosta el sol?
¿Por
qué esos pajarillos que sin vuelo
Se
mueren en plumón?
¿Por
qué derrocha el cielo tantas vidas
Que
no son de otras nuevas eslabón?
¿Por
qué fue dique de tu sangre pura
Tu
pobre corazón?
¿Por
qué no se mezclaron nuestras sangres
Del
amor en la santa comunión?
¿Por
qué tú y yo, Teresa de mi alma
No
dimos granazón?
¿Por
qué, Teresa, y para qué nacimos?
¿Por
qué y para qué fuimos los dos?
¿Por
qué y para qué es todo nada?
¿Por
qué nos hizo Dios?
La oración del ateo
Oye
mi ruego Tú, Dios que no existes,
Y
en tu nada recoge estas mis quejas,
Tú
que a los pobres hombres nunca dejas
Sin
consuelo de engaño. No resistes
A
nuestro ruego y nuestro anhelo vistes.
Cuando
Tú de mi mente más te alejas,
Más
recuerdo las plácidas consejas
Con
que mi ama endulzóme noches tristes.
¡Qué
grande eres, mi Dios! Eres tan grande
Que
no eres sino Idea; es muy angosta
La
realidad por mucho que se expande
Para
abarcarte. Sufro yo a tu costa,
Dios
no existente, pues si Tú existieras
Existiría
yo también de veras.
¿Qué es tu vida, alma mía?
¿Qué
es tu vida, alma mía?, ¿cuál tu pago?,
¡Lluvia
en el lago!
¿Qué
es tu vida, alma mía, tu costumbre?
¡Viento
en la cumbre!
¿Cómo
tu vida, mi alma, se renueva?,
¡Sombra
en la cueva!,
¡Lluvia
en el lago!,
¡Viento
en la cumbre!,
¡Sombra
en la cueva!
Lágrimas
es la lluvia desde el cielo,
Y
es el viento sollozo sin partida,
Pesar,
la sombra sin ningún consuelo,
Y
lluvia y viento y sombra hacen la vida.
Si tú y yo, Teresa mía, nunca
Si
tú y yo, Teresa mía, nunca
Nos
hubiéramos visto,
Nos
hubiéramos muerto sin saberlo:
No
habríamos vivido.
Tú
sabes que morirse, vida mía,
Pero
tienes sentido
De
que vives en mí, y viva aguardas
Que
a ti torne yo vivo.
Por
el amor supimos de la muerte;
Por
el amor supimos
Que
se muere; sabemos que se vive
Cuando
llega el morirnos.
Vivir
es solamente, vida mía,
Saber
que se ha vivido,
Es
morirse a sabiendas dando gracias
A
Dios de haber nacido.
Te da en la frente el sol de la mañana
Te
da en la frente el sol de la mañana
Recién
nacido, pálida doncella,
Misteriosa
visión, fugaz estrella,
Que
te derrites en la luz. Hermana
De
la que nace cuando la campana
Tocando
a la oración doliente sella
La
fatiga de un día más, la mella
Que
sume el alma en la mortal desgana.
El
alba y el ocaso cruzan manos,
Y
así, a la silla de la reina, al día
Ya
la noche, rendidos soberanos,
Los
llevan a enterrar. Triste sería
Que
al despertar de nuestros sueños varios
Luz
y sombra lucharán a porfía.
Veré por ti
"Me
desconozco", dices; mas mira, ten por cierto
Que
a conocerse empieza el hombre cuando clama
"Me
desconozco", y llora;
Entonces
a sus ojos el corazón abierto
Descubre
de su vida la verdadera trama;
Entonces
es su aurora.
No,
nadie se conoce, hasta que no le toca
La
luz de un alma hermana que de lo eterno llega
Y
el fondo le ilumina;
Tus
íntimos sentires florecen en mi boca,
Tu
vista está en mis ojos, mira por mí, mi ciega,
Mira
por mí y camina.
"Estoy
ciega", me dices; apóyate en mi brazo
Y
alumbra con tus ojos nuestra escabrosa senda
Perdida
en lo futuro;
Veré
por ti, confía; tu vista es este lazo
Que
a ti me ató, mis ojos son para ti la prenda
De
un caminar seguro.
¿Qué
importa que los tuyos no vean el camino,
Si
dan luz a los míos y me lo alumbran todo
Con
su tranquila lumbre?
Apóyate
en mis hombros, confíate al Destino,
Veré
por ti, mi ciega, te apartaré del lodo,
Te
llevaré a la cumbre.
Y
allí, en la luz envuelta, se te abrirán los ojos,
Verás
cómo esta senda tras de nosotros lejos,
Se
pierde en lontananza
Y
en ella de esta vida los míseros despojos,
Y
abrírsenos radiante del cielo a los reflejos
Lo
que es hoy esperanza.