MIGUEL DE UNAMUNO - POEMAS


Hasta que se me fue no he descubierto

Hasta que se me fue no he descubierto
Todo lo que la quise;
Yo creía quererla; no sabía
Lo que es de amor morirse.
Era como algo mío entonces, era
Costumbre... que se dice...;
Pero hoy soy suyo yo, soy de la muerte
A quien nadie resiste.

Al irse nació en mí... ¡no!, que en torturas
En ella nací al írseme;
Lo que creí yo sueño era la vela;
He nacido al morirme.

Por fin ya sé quién soy... no lo sabía...
¿Lo sé? ¿Quién sabe en este mundo triste?
¿Hay quién sepa lo que es saber y entienda
Lo que la nada dice?

Mi madre nació en mí en aquel día
Que se me fue Teresa... Madre, dime
De dónde vine, adónde voy perdido,
Por qué al amor me diste...


Hay ojos que miran, hay ojos que sueñan

Hay ojos que miran, -hay ojos que sueñan,
Hay ojos que llaman, -hay ojos que esperan,
Hay ojos que ríen -risa placentera,
Hay ojos que lloran -con llanto de pena,
Unos hacia adentro -otros hacia fuera.

Son como las flores -que cría la tierra.
Mas tus ojos verdes, -mi eterna Teresa,
Los que están haciendo -tu mano de hierba,
Me miran, me sueñan, -me llaman, me esperan,
Me ríen rientes -risa placentera,
Me lloran llorosos -con llanto de pena,
Desde tierra adentro, -desde tierra afuera.

En tus ojos nazco, -tus ojos me crean,
Vivo yo en tus ojos -el sol de mi esfera,
En tus ojos muero, -mi casa y vereda,
Tus ojos mi tumba, -tus ojos mi tierra.


Horas serenas del ocaso breve

Horas serenas del ocaso breve,
Cuando la mar se abraza con el cielo
Y se despiertas el inmortal anhelo
Que al fundirse la lumbre, la lumbre bebe.


Copos perdidos de encendida nieve,
Las estrellas se posan en el suelo
De la noche celeste, y su consuelo
Nos dan piadosas con su brillo leve.

Como en concha sutil perla perdida,
Lágrima de las olas gemebundas,
Entre el cielo y la mar sobrecogida

El alma cuaja luces moribundas
Y recoge en el lecho de su vida
El poso de sus penas más profundas.


La luna y la rosa

En el silencio estrellado
La Luna daba a la rosa
Y el aroma de la noche
Le henchía ?sedienta boca?
El paladar del espíritu,
Que adurmiendo su congoja
Se abría al cielo nocturno
De Dios y su Madre toda...
Toda cabellos tranquilos,
La Luna, tranquila y sola,
Acariciaba a la Tierra
Con sus cabellos de rosa
Silvestre, blanca, escondida...
La Tierra, desde sus rocas,
Exhalaba sus entrañas
Fundidas de amor, su aroma...
Entre las zarzas, su nido,
Era otra luna la rosa,
Toda cabellos cuajados
En la cuna, su corola;
Las cabelleras mejidas
De la Luna y de la rosa
Y en el crisol de la noche
Fundidas en una sola...
En el silencio estrellado
La Luna daba a la rosa
Mientras la rosa se daba
A la Luna, quieta y sola.


La mar ciñe a la noche su regazo

La mar ciñe a la noche en su regazo
Y la noche a la mar; la luna, ausente;
Se besan en los ojos y en la frente;
Los besos dejan misterioso trazo.

Derrítense después en un abrazo,
Tiritan las estrellas con ardiente
Pasión de mero amor, y el alma siente
Que noche y mar se enredan en su lazo.

Y se baña en la oscura lejanía
De su germen eterno, de su origen,
Cuando con ella Dios amanecía,

Y aunque los necios sabios leyes fijen,
Ve la piedad del alma la anarquía
Y que leyes no son las que nos rigen.

Horas serenas del ocaso breve,
Cuando la mar se abraza con el cielo
Y se despierta el inmortal anhelo
Que al fundirse la lumbre, lumbre bebe.

Copos perdidos de encendida nieve,
Las estrellas se posan en el suelo
De la noche celeste, y su consuelo
Nos dan piadosas con su brillo leve.

Como en concha sutil perla perdida,
Lágrima de las olas gemebundas,
Entre el cielo y la mar sobrecogida

El alma cuaja luces moribundas
Y recoge en el lecho de su vida
El poso de sus penas más profundas.


Luciérnaga celeste

Luciérnaga celeste, humilde estrella
De navegante guía: la Boquilla
De la Bocina que a hurtadillas brilla,
Violeta de luz, pobre centella

Del hogar del espacio; ínfima huella
Del paso del Señor; gran maravilla
Que broche del vencejo en la gavilla
De mies de soles, sólo ella los sella.

Era al girar del universo quicio
Basado en nuestra tierra; fiel contraste
Del Hombre Dios y de su sacrificio.

Copérnico, Copérnico, robaste
A la fe humana su más alto oficio
Y diste así con su esperanza al traste.
¿Por qué esos lirios que los hielos matan?


Me destierro a la memoria

Me destierro a la memoria,
Voy a vivir del recuerdo.
Buscadme, si me os pierdo,
En el yermo de la historia,

Que es enfermedad la vida
Y muero viviendo enfermo.
Me voy, pues, me voy al yermo
Donde la muerte me olvida.

Y os llevo conmigo, hermanos,
Para poblar mi desierto.
Cuando me creáis más muerto
Retemblaré en vuestras manos.

Aquí os dejo mi alma-libro,
Hombre-mundo verdadero.
Cuando vibres todo entero.

Morir soñando

Au fait, se disait-il a lui-même, il parait que
mon destin est de mourir en rêvant.
Stendhal, Le Rouge et le Noir, LXX, "La tranquillité"

Morir soñando, sí, mas si se sueña
Morir, la muerte es sueño; una ventana
Hacia el vacío; no soñar; nirvana;
Del tiempo al fin la eternidad se adueña.

Vivir el día de hoy bajo la enseña
Del ayer deshaciéndose en mañana;
Vivir encadenado a la desgana
¿Es acaso vivir?, ¿y esto qué enseña?

¿Soñar la muerte no es matar el sueño?
¿Vivir el sueño no es matar la vida?
¿A qué poner en ello tanto empeño?:

¿Aprender lo que al punto al fin se olvida
Escudriñando el implacable ceño
-Cielo desierto- del eterno Dueño?
Soy yo, lector, que en ti vibro.

Nuestro secreto

No me preguntes más, es mi secreto,
Secreto para mí terrible y santo;
Ante él me velo con un negro manto
De luto de piedad; no rompo el seto

Que cierra su recinto, me someto
De mi vida al misterio, el desencanto
Huyendo del saber y a Dios levanto
Con mis ojos mi pecho siempre inquieto.

Hay del alma en el fondo oscura sima
Y en ella hay un fatídico recodo
Que es nefando franquear; allá en la cima

Brilla el sol que hace polvo al sucio lodo;
Alza los ojos y tu pecho anima;
Conócete, mortal, mas no del todo.


¿Por qué esos lirios que los hielos matan?

¿Por qué esas rosas a que agosta el sol?
¿Por qué esos pajarillos que sin vuelo
Se mueren en plumón?

¿Por qué derrocha el cielo tantas vidas
Que no son de otras nuevas eslabón?
¿Por qué fue dique de tu sangre pura
Tu pobre corazón?

¿Por qué no se mezclaron nuestras sangres
Del amor en la santa comunión?
¿Por qué tú y yo, Teresa de mi alma
No dimos granazón?

¿Por qué, Teresa, y para qué nacimos?
¿Por qué y para qué fuimos los dos?
¿Por qué y para qué es todo nada?
¿Por qué nos hizo Dios?


La oración del ateo

Oye mi ruego Tú, Dios que no existes,
Y en tu nada recoge estas mis quejas,
Tú que a los pobres hombres nunca dejas
Sin consuelo de engaño. No resistes

A nuestro ruego y nuestro anhelo vistes.
Cuando Tú de mi mente más te alejas,
Más recuerdo las plácidas consejas
Con que mi ama endulzóme noches tristes.

¡Qué grande eres, mi Dios! Eres tan grande
Que no eres sino Idea; es muy angosta
La realidad por mucho que se expande

Para abarcarte. Sufro yo a tu costa,
Dios no existente, pues si Tú existieras
Existiría yo también de veras.

¿Qué es tu vida, alma mía?

¿Qué es tu vida, alma mía?, ¿cuál tu pago?,
¡Lluvia en el lago!
¿Qué es tu vida, alma mía, tu costumbre?
¡Viento en la cumbre!

¿Cómo tu vida, mi alma, se renueva?,
¡Sombra en la cueva!,
¡Lluvia en el lago!,
¡Viento en la cumbre!,
¡Sombra en la cueva!

Lágrimas es la lluvia desde el cielo,
Y es el viento sollozo sin partida,
Pesar, la sombra sin ningún consuelo,
Y lluvia y viento y sombra hacen la vida.


Si tú y yo, Teresa mía, nunca

Si tú y yo, Teresa mía, nunca
Nos hubiéramos visto,
Nos hubiéramos muerto sin saberlo:
No habríamos vivido.

Tú sabes que morirse, vida mía,
Pero tienes sentido
De que vives en mí, y viva aguardas
Que a ti torne yo vivo.

Por el amor supimos de la muerte;
Por el amor supimos
Que se muere; sabemos que se vive
Cuando llega el morirnos.

Vivir es solamente, vida mía,
Saber que se ha vivido,
Es morirse a sabiendas dando gracias
A Dios de haber nacido.

Te da en la frente el sol de la mañana

Te da en la frente el sol de la mañana
Recién nacido, pálida doncella,
Misteriosa visión, fugaz estrella,
Que te derrites en la luz. Hermana

De la que nace cuando la campana
Tocando a la oración doliente sella
La fatiga de un día más, la mella
Que sume el alma en la mortal desgana.

El alba y el ocaso cruzan manos,
Y así, a la silla de la reina, al día
Ya la noche, rendidos soberanos,

Los llevan a enterrar. Triste sería
Que al despertar de nuestros sueños varios
Luz y sombra lucharán a porfía.


Veré por ti

"Me desconozco", dices; mas mira, ten por cierto
Que a conocerse empieza el hombre cuando clama
"Me desconozco", y llora;
Entonces a sus ojos el corazón abierto
Descubre de su vida la verdadera trama;
Entonces es su aurora.

No, nadie se conoce, hasta que no le toca
La luz de un alma hermana que de lo eterno llega
Y el fondo le ilumina;
Tus íntimos sentires florecen en mi boca,
Tu vista está en mis ojos, mira por mí, mi ciega,
Mira por mí y camina.

"Estoy ciega", me dices; apóyate en mi brazo
Y alumbra con tus ojos nuestra escabrosa senda
Perdida en lo futuro;
Veré por ti, confía; tu vista es este lazo
Que a ti me ató, mis ojos son para ti la prenda
De un caminar seguro.

¿Qué importa que los tuyos no vean el camino,
Si dan luz a los míos y me lo alumbran todo
Con su tranquila lumbre?
Apóyate en mis hombros, confíate al Destino,
Veré por ti, mi ciega, te apartaré del lodo,
Te llevaré a la cumbre.

Y allí, en la luz envuelta, se te abrirán los ojos,
Verás cómo esta senda tras de nosotros lejos,
Se pierde en lontananza
Y en ella de esta vida los míseros despojos,
Y abrírsenos radiante del cielo a los reflejos
Lo que es hoy esperanza.
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