Poema La aparición del Coraquenque
de Manuel Gonzalez Prada
Es
la fiesta del Intip-Raymi.
No
luce aún el Oriente,
Y
ya el Inca se apercibe
Al
holocausto solemne.
En
pompa regia, descalzo,
Con
su estirpe y sus mujeres,
Deja
el regalo del sueño,
Deja
la paz de su albergue;
Y,
en la antigua, extensa plaza
Bajo
emplumados doseles,
Aguarda
mudo y contrito
La
luz del Padre celeste.
Adelgázanse
las sombras,
Y
un albor dudoso y tenue
Nace,
vacila y se ensancha
Del
Oriente al Occidente.
Asoma
el Sol, y sus rayos
En
hilos de oro descienden
A
inflamar los hondos valles,
A
fundir las altas nieves.
Todos
gritan fervorosos,
Todos
las manos suspenden,
Y
a la región de las nubes
Lanzan
ósculos ardientes.
Todos
dilatan los ojos
Y
la luz primera beben,
Como
un sediento devora
El
humor de viva fuente.
Y,
entre músicos acordes,
Consagran
himnos y preces
Al
Padre eterno y fecundo,
Al
dador de inmensos bienes.
Coge
el Monarca en la diestra
Un
vaso de oro luciente,
Y,
de ofrenda al Sol divino,
La
espumosa chicha vierte.
Coge
a par en la siniestra
Un
vaso de oro luciente,
Y
el licor sabroso escancia
A
sus hijos y mujeres.
Todos
liban; y retumba,
A
son de música alegre,
El
lejano clamoreo
De
los nobles y la plebe.
Mas,
de súbito, al bullicio
Quietud
profunda sucede
Y
al regocijo y contento,
El
espanto de la muerte.
Es
que asoma por las nubes
Y
en vuelo tácito y leve
Gira
en torno de la plaza
Un
hermoso Coraquenque.
Hacia
el Príncipe heredero
Vuela
el pájaro tres veces,
Y
con dos pintadas plumas
Adorna
al mozo la frente.
Triste
fue la magna fiesta,
Que,
a la luz del Sol poniente,
El
Monarca ya dormía
En
los brazos de la muerte.