POEMAS DE ÓSCAR WILDE


Impression de voyage

Era un mar de zafiro y el cielo
Ardía en el aire como ópalo candente;
Izamos nuestra vela; soplaba bien el viento
Hacia tierras azules situadas en el Este.

Desde mi proa alta divisé a Zakynthos:
Cada bosque de olivos, cada cala,
Las escarpas de Ithaca, el blanco pico de Lycaon,
Y flores esparcidas en colinas de Arcadia.

El batir de la vela contra el mástil,
El rumor de las olas contra el casco,
Rumor de risas jóvenes en la popa,
Todo lo que se oía, al comenzar a arder el Oeste.
Y un rojo sol cabalgó por los mares.
Pisaba, al fin, el suelo griego.

La fuga de la luna
Hay paz para los sentidos,
Una paz soñadora en cada mano,
Y profundo silencio en la tierra fantasmal,
Profundo silencio donde las sombras cesan.

Sólo el grito que el eco hace chillido
De algún ave desconsolada y solitaria;
La codorniz que llama a su pareja;
La respuesta desde la colina en brumas.

Y súbitamente, la luna retira
Su hoz de los cielos centelleantes
Y vuela hacia sus cavernas sombrías
Cubierta en velo de gasa gualda.

La tumba de Keats
Alusión al poema de Keats intitulado Isabella, inspirado en un cuento de Boccaccio.

Libre de la injusticia del mundo y su dolor,
Descansa al fin bajo el velo azul de Dios:
Arrebatado a la vida cuando vida y amor eran nuevos,
El mártir más joven yace aquí,
Justo cual Sebastián y tan temprano muerto.
Ningún ciprés ensombrece su tumba, ni tejo funeral,
Sino amables violetas con el rocío llorando
Sobre sus huesos tejen cadena de perenne floración.
¡Oh altivo corazón que destruyó el dolor!
¡Oh los labios más dulces desde los de Mitilene!
¡Oh pintor-poeta de nuestra tierra inglesa!
Tu nombre inscribióse en el agua; y habrá de perdurar:
Lágrimas como las mías conservarán tu memoria verde,
Como el pote de albahaca Isabella.

La tumba de Shelley

Como antorchas apagadas junto al lecho de un enfermo
Macilentos cipreses rodean la piedra blanquecina;
Allí, el búho nocturno construye su trono
Y el delgado lagarto exhibe su testa enjoyada.
Allí, donde los cálices de las amapolas se encienden de rojo,
En la serena cámara de aquella Pirámide
Seguramente alguna Esfinge antigua
Se oculta en la penumbra,
Torva guardiana de este jardín de la muerte.

¡Ah! Realmente es dulce descansar dentro del útero
De la Tierra, gran madre del sueño eterno
Pero es más dulce para ti una tumba agitada
En la caverna azul de un abismo con eco
Allí donde los altos barcos zozobran en la noche
Contra los escollos de las olas bravías.


Las siluetas

El mar está marcado con unas bandas grises,
El quieto viento muerto desentona
Y como hoja marchita es llevada
La luna por la bahía tormentosa.

Grabado claramente sobre pálida arena
Está el bote negro: un joven marinero
Sube a bordo en gozo distraído
Con el rostro sonriente y mano reluciente.

Y arriba los zarapitos claman
Y por el pasto oscuro meseteño
Van segadores mozos de cuellos brunos,
Cual si fueran siluetas contra el cielo.

Phedre
A Sarah Bernhardt.

Qué vano y qué tedioso nuestro mundo ordinario parecerá
A alguien Como tú, que en Florencia
Habrías conversado con Mirandola, o caminado
Entre los frescos olivares de Academos:
Habrías recogido cañas de la verde corriente
Para la aguda flauta de Pan, pies de cabrito,
Y tocado con las blancas niñas en el valle Reacio
Donde el grave Odiseo de su profundo sueño despertara.

¡Ah!, en verdad, una urna de ática arcilla
Guardó tu polvo pálido, y has venido otra vez
A este mundo ordinario, tedioso y vano,
Fatigada de los días sin sol,
De campos rebosantes de asfódelos insípidos,
De labios sin amor, con que besan los hombres en el Infierno.

Portia
A Ellen Terry.

Poco me maravilla la osadía de Basanio
De arriesgar todo lo que tenía al plomo,
O que el orgulloso Aragón bajara la cabeza,
O que Marroquí de corazón en llamas se enfriara:
Pues en ese atavío de oro batido
Que es más dorado que el dorado sol,
Ninguna mujer que Veronese mirara
Era tan bella como tú a quien contemplo.
Aún más bella cuando con la sabiduría por escudo
Al vestir la toga severa del jurista
Y no permitieras que las leyes de Venecia cedieran
El corazón de Antonio a ese judío maldito.
¡Oh Portia!, toma mi corazón: es tu debido pago;
No he de objetar a ese aval.


Requiescat

Pisa ligeramente, ella está cerca,
Bajo la nieve;
Habla suavemente, ella puede oír
Crecer las margaritas.

Toda su brillante cabellera dorada
Está empañada por la herrumbre;
Ella que era joven y bella;
Se ha convertido en polvo.

Semejante al lirio, blanca como la nieve,
Apenas sabía
Que era mujer,
Tan dulcemente había crecido.

Las tablas del ataúd y una pesada losa
Se apoyan sobre su pecho;
Mi solitario corazón está afligido;
Ella descansa en paz.

Silencio, silencio, ella no puede oír
La lira o el soneto;
Toda mi vida está enterrada aquí,
Amontonad tierra sobre ella.

Taedium vital

Matar mi juventud con dagas impacientes; ostentar
La librea extravagante de esta edad mezquina;
Dejar que cada mano vil se hunda en mi tesoro;
Trenzar mi alma al cabello de una mujer
Y ser sólo lacayo de Fortuna. Lo juro,
¡No me agrada! Todo eso es menos para mí
Que la delgada espuma que se inquieta en el mar,
Menos que el vilano sin semilla
En el aire estival. Mejor permanecer alejado
De esos necios que con calumnias se mofan de mi vida,
Aunque no me conocen. Mejor el más humilde techo
Para abrigar al peón más abatido
Que volver a esa cueva oscura de riñas,
Donde mi alma blanca besó por vez primera la boca del pecado.
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