Impression de voyage
Era
un mar de zafiro y el cielo
Ardía
en el aire como ópalo candente;
Izamos
nuestra vela; soplaba bien el viento
Hacia
tierras azules situadas en el Este.
Desde
mi proa alta divisé a Zakynthos:
Cada
bosque de olivos, cada cala,
Las
escarpas de Ithaca, el blanco pico de Lycaon,
Y
flores esparcidas en colinas de Arcadia.
El
batir de la vela contra el mástil,
El
rumor de las olas contra el casco,
Rumor
de risas jóvenes en la popa,
Todo
lo que se oía, al comenzar a arder el Oeste.
Y un
rojo sol cabalgó por los mares.
Pisaba,
al fin, el suelo griego.
La fuga de la luna
Hay
paz para los sentidos,
Una
paz soñadora en cada mano,
Y
profundo silencio en la tierra fantasmal,
Profundo
silencio donde las sombras cesan.
Sólo
el grito que el eco hace chillido
De
algún ave desconsolada y solitaria;
La
codorniz que llama a su pareja;
La
respuesta desde la colina en brumas.
Y
súbitamente, la luna retira
Su
hoz de los cielos centelleantes
Y
vuela hacia sus cavernas sombrías
Cubierta
en velo de gasa gualda.
La tumba de Keats
Alusión
al poema de Keats intitulado Isabella, inspirado en un cuento de Boccaccio.
Libre
de la injusticia del mundo y su dolor,
Descansa
al fin bajo el velo azul de Dios:
Arrebatado
a la vida cuando vida y amor eran nuevos,
El
mártir más joven yace aquí,
Justo
cual Sebastián y tan temprano muerto.
Ningún
ciprés ensombrece su tumba, ni tejo funeral,
Sino
amables violetas con el rocío llorando
Sobre
sus huesos tejen cadena de perenne floración.
¡Oh
altivo corazón que destruyó el dolor!
¡Oh
los labios más dulces desde los de Mitilene!
¡Oh
pintor-poeta de nuestra tierra inglesa!
Tu
nombre inscribióse en el agua; y habrá de perdurar:
Lágrimas
como las mías conservarán tu memoria verde,
Como
el pote de albahaca Isabella.
La tumba de Shelley
Como
antorchas apagadas junto al lecho de un enfermo
Macilentos
cipreses rodean la piedra blanquecina;
Allí,
el búho nocturno construye su trono
Y el
delgado lagarto exhibe su testa enjoyada.
Allí,
donde los cálices de las amapolas se encienden de rojo,
En
la serena cámara de aquella Pirámide
Seguramente
alguna Esfinge antigua
Se
oculta en la penumbra,
Torva
guardiana de este jardín de la muerte.
¡Ah!
Realmente es dulce descansar dentro del útero
De
la Tierra, gran madre del sueño eterno
Pero
es más dulce para ti una tumba agitada
En
la caverna azul de un abismo con eco
Allí
donde los altos barcos zozobran en la noche
Contra
los escollos de las olas bravías.
Las siluetas
El
mar está marcado con unas bandas grises,
El
quieto viento muerto desentona
Y
como hoja marchita es llevada
La
luna por la bahía tormentosa.
Grabado
claramente sobre pálida arena
Está
el bote negro: un joven marinero
Sube
a bordo en gozo distraído
Con
el rostro sonriente y mano reluciente.
Y
arriba los zarapitos claman
Y
por el pasto oscuro meseteño
Van
segadores mozos de cuellos brunos,
Cual
si fueran siluetas contra el cielo.
Phedre
A Sarah Bernhardt.
Qué
vano y qué tedioso nuestro mundo ordinario parecerá
A
alguien Como tú, que en Florencia
Habrías
conversado con Mirandola, o caminado
Entre
los frescos olivares de Academos:
Habrías
recogido cañas de la verde corriente
Para
la aguda flauta de Pan, pies de cabrito,
Y
tocado con las blancas niñas en el valle Reacio
Donde
el grave Odiseo de su profundo sueño despertara.
¡Ah!,
en verdad, una urna de ática arcilla
Guardó
tu polvo pálido, y has venido otra vez
A
este mundo ordinario, tedioso y vano,
Fatigada
de los días sin sol,
De
campos rebosantes de asfódelos insípidos,
De
labios sin amor, con que besan los hombres en el Infierno.
Portia
A Ellen Terry.
Poco
me maravilla la osadía de Basanio
De
arriesgar todo lo que tenía al plomo,
O
que el orgulloso Aragón bajara la cabeza,
O
que Marroquí de corazón en llamas se enfriara:
Pues
en ese atavío de oro batido
Que
es más dorado que el dorado sol,
Ninguna
mujer que Veronese mirara
Era
tan bella como tú a quien contemplo.
Aún
más bella cuando con la sabiduría por escudo
Al
vestir la toga severa del jurista
Y no
permitieras que las leyes de Venecia cedieran
El
corazón de Antonio a ese judío maldito.
¡Oh
Portia!, toma mi corazón: es tu debido pago;
No
he de objetar a ese aval.
Requiescat
Pisa
ligeramente, ella está cerca,
Bajo
la nieve;
Habla
suavemente, ella puede oír
Crecer
las margaritas.
Toda
su brillante cabellera dorada
Está
empañada por la herrumbre;
Ella
que era joven y bella;
Se
ha convertido en polvo.
Semejante
al lirio, blanca como la nieve,
Apenas
sabía
Que
era mujer,
Tan
dulcemente había crecido.
Las
tablas del ataúd y una pesada losa
Se
apoyan sobre su pecho;
Mi
solitario corazón está afligido;
Ella
descansa en paz.
Silencio,
silencio, ella no puede oír
La
lira o el soneto;
Toda
mi vida está enterrada aquí,
Amontonad
tierra sobre ella.
Taedium vital
Matar
mi juventud con dagas impacientes; ostentar
La
librea extravagante de esta edad mezquina;
Dejar
que cada mano vil se hunda en mi tesoro;
Trenzar
mi alma al cabello de una mujer
Y
ser sólo lacayo de Fortuna. Lo juro,
¡No
me agrada! Todo eso es menos para mí
Que
la delgada espuma que se inquieta en el mar,
Menos
que el vilano sin semilla
En
el aire estival. Mejor permanecer alejado
De
esos necios que con calumnias se mofan de mi vida,
Aunque
no me conocen. Mejor el más humilde techo
Para
abrigar al peón más abatido
Que
volver a esa cueva oscura de riñas,
Donde
mi alma blanca besó por vez primera la boca del pecado.