Si
alguna vez has visto a un niño con cuatro ojos… esta es la increíble historia
de Casimiro Pocacejas, quien además de sus dos ojos, consiguió de un solo
parpadeo dos ojos extras.
-
¿Qué será aquello que se mueve por la ventana? ¿Será una rana o una cama?
-
¿Qué será aquello que escribió la maestra en el pizarrón? ¿Será un canelón o un
melón?
-
¿Qué será aquello que guardo mamá en la cocina? ¿Será una tina o la Cristina?
Y
así pasaba los días, dale que te dale, Casimiro Pocacejas averiguando “¿Qué
será aquello que…?” hasta que un día lo llevaron al oculista.
-
A,C… no, se es O.
-
J, ah, no, es i – leía o se intentaba que leía nuestro amigo Casimiro.
Pero
la respuesta fue tajante.
-
Señora, de ahora en adelante su hijo tiene que usar anteojos.
-
¡Horror! ¡Terror! Yo, ¿usar anteojos?
Y
a los pocos días, ahí estaba Casimiro, sacando de su mochila un par de
anteojos.
Pero
poco tuvo que esperar para recibir de sus amigos una lluvia, o más bien una
tormenta de exclamaciones:
-
¡Anteojudo!
-
¡Ciego, ciego de remate!
Y
lo peor:
A
Casimiro ya no le eran suficiente sus dos ojos para llorar… ¡Lloraba y lloraba…
a cuatro ojos!
-
¡Ponte los anteojos! – ordenaba la mamá.
-
¡Que no se llevó los anteojos al colegio! – chillaba el hermano.
Hasta
que un día, ya no pudo más, y esta triste historia contó a la mamá.
Y
esta triste historia contó la mamá al papá. Y esta triste historia contó el
papá a la maestra. Y ante esta triste historia, la maestra exclamó:
-
A ver, a ver, ¿Qué tiene de malo ver?
Y
los niños respondieron:
-
¡Nada que ver!
Pues
entonces, ¡dejen a Casimiro ver!
-
¿A cuatro ojos? – preguntaron los traviesos.
-
Sí, a cuatro ojos:
Un
ojo para hacer guiños,
dos
ojos para ver a los niños,
tres
ojos para verse lindo,
y
cuatro ojos para distinguir tu cariño.
Y
de la noche a la mañana, como una palangana de agua fresca, los colores
hablaron, las formas cuchichearon y las caras expresaron… todo lo grande, todo
lo bello, lo pequeño y lo raro que hay en el mundo.
Casimiro
mantenía sus cuatros ojos abiertos, ¡perdón! Sus dos ojos y su par de anteojos,
preparados para ver: personas, dibujos, colores, tamaños, figuras y ¡mucho más!
Ahora
veía, veía, leía y aprendía y, por lo tanto, ¡qué feliz se sentía!
Y
los traviesos amigos de Casimiro, al ver que realmente veía, descubrieron sus
ventajas cuando:
-
¡Metió un gol al ver la pelota!
-
¡Encontró el lente de contacto de la maestra!
-
¡Sacó 20 al copiar la tarea del pizarrón!
Y
¿Por qué no decirlo?, aceptó que de vez en cuando le dijeran al oído:
-
¡Mira, cuatro ojos!
-
¡Total, esa es una parte de mí!
Autora: Carola
García De Muñoz