El
sol radiante y viril caía verticalmente. Sobre la extensión vibraba el aire. El
héroe sintió un vago sopor. Tenía sueño y se abandonó a él. Sintió entonces que
poco a poco iba borrándose el paisaje, mientras pensaba en sus planes de
libertad. Sabía que de la empresa que acababa de comenzar dependía la libertad,
de un continente; que iba afrontar las iras castellanas en el corazón del
Virreinato; que iba a destruir en pocos días, meses o años la labor de siglos.
Se
durmió y soñó que hacia el norte se elevaba un gran país, ordenado, libre,
laborioso y patriota.
Fueron
poblándose los arenales de edificios, los mares de buques, los caminos de
ejército. Muchedumbres inmensas caminaban febrilmente en un ansia infinita de
trabajo y renovación. Los hombres de este país eran libres, fuertes patriotas.
Y
cuando todo el pueblo se había elevado, cuando el progreso y la libertad
estaban dando su fruto, oyó sonar una marcha triunfal y vio extenderse sobre la
extensión ilimitada una bandera. Una bella bandera, sencilla y elocuente, que
se agitaba con orgullo sobre aquel pueblo poderoso.
Despertó
y abrió los ojos. Efectivamente, una bandada de aves de las alas rojas y pechos
blancos se elevaba de punto cercano. Esas aves eran las parihuanas, que parecen
una bandera del Perú. Aquel grupo de aves, cada una de las cuales formaba una
bandera, se desparramó hacia el norte y se perdió en el azul purísimo del
cielo.
El
héroe se puso en pie. El ejército estaba listo para la marcha. Entonces le
invadió una sana jovialidad y, cuando sobre sus caballos arrogantes, los
capitanes emprendieron la marcha para cumplir el más noble mandato, les dijo el
libertador:
-
¿Ven aquella bandada de aves que va hacia el norte?
-
Si, General. Blancas y rojas – dijo Cochrane.
-
Parece una bandera – agregó Las Heras.
- Si
– dijo San Martín, son una bandera. La bandera de la libertad, que venimos a
conquistar.
La
bandera de aves volaba hacia el norte, como si indicase una ruta a esos tres
corazones.
Luego,
al acercarse a Pisco, las aves de leve plumaje se elevaron al cielo,
perdiéndose en las nubes como en una infinita ansia de azul.
Abraham
Valdelomar.