El
judío que no tenía nada de tonto, se dio perfectamente cuenta de la intención
engañosa de Saladino, y pensó que si elegía una de las tres en especial,
saladino advertiría su error. Dad la necesidad de dar alguna contestación
esforzóse en agudizar el ingenio, hasta que se le ocurrió contarle el siguiente
cuentecillo:… “hubo hace muchos años un hombre poderoso y rico que tenía entre
sus muchas joyas un anillo de valor incalculable. Quería rendirle el honor que
su valor merecía y dejarlo para su descendencia, el anillo fue pasando de mano
en mano yendo finalmente a poder de un hombre que tenía tres hijos virtuosos,
buenos y a la vez muy obedientes de su padre, amándoles este a los tres por
igual. Los jóvenes, conocedores de la historia, y desenado cada uno resaltar por
su honradez entre los demás, pedían a su viejo padre que la morir les dejara
aquella joya. El amante padre no pudiendo elegir a ninguna en especial, decidió
satisfacer a los tres. Secretamente encargo a un artista dos copias perfectas
del anillo.
En
estado de suma gravedad, entrego un anillo a cada uno de los tres hijos, por
separado. Después de la muerte del padre, los tres hermanos querían toda la
herencia y honor de ser herederos y discutiendo entre ellos sacaron los
respectivos anillos, para dar testimonio de su privilegio. Al resultar tan
parecidos, era muy difícil de averiguar cuál era el genuino, desconociendo aun
hoy cual es el verdadero heredero”. Terminado su relato el Judío agrego: ”por
tal razón os digo, señor, que referente a la cuestión que me expusisteis
respecto a las tres leyes dadas a los tres pueblos por Dios, cabe responder que
cada uno ha recibido la herencia y su verdadera ley, obligando a Saladino en
todo lo que se presentara, y este, más adelante, pagóle íntegramente,
colmándole de grandísimos dones y considerándole siempre un gran amigo. cumplir
sus mandamientos; pero, al igual que en el caso de los tres anillos, sigue la
cuestión en suspenso”.
Saladino
comprendió perfectamente la evasiva de aquel hombre al que había puesto una
trampa a los pies, y resolvió decirle abiertamente sus propósitos y saber si
quería servirle. Hízolo así, confiándole lo que en su ánimo se había propuesto
hacer, si él no hubiera respondido adecuadamente. El judío acepto servir a
Saladino en todo lo que se presentara, y este, más adelante, pagóle
íntegramente, colmándole de grandísimos dones y considerándole siempre como un
grana migo.